Fulgor mozartiano desde Viena con 'Le nozze di Figaro'

Viena

08 / 02 / 2021 - Antoni COLOMER - Tiempo de lectura: 3 min

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Andrè Schuen/ Louise Alder Andrè Schuen y Louise Alder en "Le nozze di Figaro? © Wiener Staatsoper / MICHAEL PÖHN
Philippe Sly Philippe Sly como Figaro © Wiener Staatsoper / MICHAEL PÖHN
Federica Lombardi Federica Lombardo en la Wiener Staatsoper © Wiener Staatsoper / MICHAEL PÖHN

Wiener Staatsoper

Mozart: LE NOZZE DI FIGARO

En 'streaming'

Andrè Schuen, Federica Lombardi, Louise Alder, Philippe Sly, Virginie Verrez, Stephanie Houtzeel, Josh Lovell, Andrea Giovannini, Evgeny Solodovnikov, Marcus Pelz, Johanna Wallroth. Coro y Orquesta de la Ópera de Viena. Dirección: Philippe Jordan: Dirección de escena: Jean-Pierre Ponnelle. 7 de febrero de 2021.

Pocos teatros en el mundo se identifican tanto con las óperas de un compositor como lo hace la Wiener Staatsoper con las de Wolfgang Amadeus Mozart. Sería también el caso de La Scala de Milán con Giuseppe Verdi y, obviamente, el del teatro de Bayreuth que Richard Wagner construyó ad hoc. En estas salas parece habitar un espíritu que, cuando se manifiesta, convierte representaciones de obras de sus autores predilectos en algo único, aportándoles una mística especial. El público de la Ópera de Viena ha vivido, en su glorioso pasado mozartiano, muchas noches mágicas. Es una lástima que no haya podido disfrutar, en directo, de esta representación de Le nozze di Figaro que ha sido, pese a la sala vacía, un lujo en todos los aspectos.

No cabe duda que una de las claves de esta conexión casi mística es el inconfundible sonido de la orquesta de la Staatsoper, especialmente cuando cuenta con sus primeras espadas. Un conjunto poseedor de un sonido único que combina ligereza, suavidad, texturas sutiles y colores ilimitados con un músculo e impulso inconfundibles. Todo ello se puso de manifiesto bajo la excelente, madura dirección de un Philippe Jordan que no perdió el tiempo buscando efectos o artificios, consiguiendo así dejar fluir la acción con enorme naturalidad y pulso teatral, cohesionando a un equipo óptimo de cantantes en los dos grandes finales y aportando el tono y perfume adecuado a cada intervención solista.

"Contribuyó mucho al pulso teatral de la representación la mítica producción de Ponnelle que, remozada y bien reciclada escénicamente, demostró funcionar, aún hoy, a las mil maravillas"

Contribuyó también, y mucho, a este pulso teatral de la representación la mítica producción de Jean-Pierre Ponnelle que serviría de base a la no menos mítica película con Freni, Te Kanawa, Prey o Fischer-Dieskau y que, remozada y bien reciclada escénicamente, demostró funcionar, aún hoy, a las mil maravillas. Pero, indudablemente, la guinda al pastel la puso un cast de gran solidez general del que hay que destacar unas cuantas interpretaciones excelentes que poco tienen que envidiar a antiguas y doradas generaciones del Mozart vienés. Andrè Schuen no es un Almaviva tan peligroso y amenazador como Fischer-Dieskau, pero vocalmente su prestación fue mayúscula: es un intérprete en auténtica plenitud, con una voz baritonal de tonos oscuros, poseedora de un brillo poco habitual y hermoso color. Además, Schuen frasea como un consumado liederista y domina el estilo mozartiano a la perfección.

A su lado, Federica Lombardi fue una Rosina de muchos quilates; la voz es muy hermosa y atesora un volumen importante que la cantante italiana maneja con maestría. Pocas Contessa Almaviva, en los últimos años, han exhibido medios similares. Sus dos grandes arias, «Porgi amor» y «Dove sono» fueron una lección de fraseo y opulencia vocal. Completó este trío extraordinario la Susanna simplemente ideal, por voz y por temperamento, de Louise Alder; el timbre es de lírico-ligera pero posee metal, volumen y expansión. Su canto es tremendamente expresivo y su identificación con el papel evidente. Además de cantar muy bien fue, indiscutiblemente, el motor del desarrollo escénico.

Un poco por debajo de este trío cabe situar a Philippe Sly. Y no porque no tenga las condiciones adecuadas para Figaro, que las tiene y con creces, sino porque en determinados fragmentos («Se vuol ballare«, «Non più andrai») y en momentos puntuales a lo largo de la representación abusó de deformar la línea de canto en busca de una expresividad equivocada e innecesaria. Una lástima porque, corrigiendo este aspecto, sería un Figaro extraordinario. La voz es bellísima, la emisión muy natural y, además, posee dotes teatrales y presencia escénica a raudales. Menos convincente el Cherubino de Virginie Verrez, de buen desarrollo escénico pero con ciertos problemas y cambios de color en el registro agudo que afloraron en «Non so piú cosa son«.

Del resto del cast, especialmente destacable el sonoro Basilio de Evgeny Solodovnikov y la dinámica Barbarina de Johanna Wallroth que, junto al resto de sus compañeros, completaron una de esas funciones que devuelven a Viena ese inextinguible fulgor mozartiano.

Streaming aún disponible a través de este enlace.