Festín de timbres para celebrar 'Agrippina' en la Bayerische

Múnich

09 / 05 / 2022 - 4 min - Tiempo de lectura: Lluc SOLÉS

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agrippina-operaactual-bayerische Elsa Benoit (Poppea) y Gianluca Buratto (Claudio) © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL

Bayerische Staatsoper

Händel: AGRIPPINA

Gianluca Buratto, Anna Bonitatibus, John Holiday, Elsa Benoit, Iestyn Davies. Dirección musical: Stefano Montanari. Dirección de escena: Barry Kosky. Prinzregententheater, 7 de mayo de 2022.

Viva il caro sassone! Así fue recibido Händel en Venecia, según cuenta su biógrafo John Mainwaring, cuando en 1709 se estrenó Agrippina, su primer hit absoluto. Y no era para menos. Dice mucho del compositor de procedencia alemana que el público véneto, experto incontestable en materia operística —con Cavalli había empezado, en la Serenísima República, un verdadero furor por el género—, lo aclamase tan unánimemente. Y todavía dice más el hecho de que, tres-cientos años más tarde, la reacción siga siendo la misma. No debió de diferir mucho el estreno de la ópera, en efecto, de lo vivido el pasado sábado en el Prinzregententheater de Múnich, donde volvió Agrippina en la flamante producción de Barry Kosky.

Cada ópera tiene una historia de recepción particular, y sería incorrecto afirmar que Agrippina ha disfrutado siempre del primer plano en el repertorio. La obra fue eventualmente olvidada, en algún momento del siglo XVIII, y tuvo que ser recuperada en siglos posteriores. Pero lo que sí es cierto es que Agrippina es de las primeras opere serie que giraron por los escenarios de Europa; lo normal, por aquel entonces, era que los títulos se reemplazasen continuamente. La fama pan-europea de Agrippina la convierte en una especie de clásico avant-la-lèttre; la ópera era un éxito económico allí donde aterrizaba, su argumento se conocía, sus arias se cantaban. Y en este sentido nada ha cambiado, por lo menos respecto a las arias. Cada personaje protagonista de Agrippina canta al menos un aria clave para entender la música de Händel.

"La experimentada Anna Bonitatibus lideró la tarde con una Agrippina sobria e hilarante a partes iguales, segura en los recitativos y abundante en las arias"

Esto convierte la ópera en un reto considerable. Hay que contar con un elenco de voces especial para llevarla a cabo, y en esto la Bayerische Staatsoper falla muy pocas veces. El reparto del pasado sábado fue una invitación deliciosa al descubrimiento. La experimentada Anna Bonitatibus lideró la tarde con una Agrippina sobria e hilarante a partes iguales, segura en los recitativos y abundante, aunque quizás un poco retirada, en las arias. Gianluca Buratto es un basso buffo excelente; su jocoso Claudio convenció sobre todo por la interpretación, aunque también emocionó su timbre, especialmente en la maravillosa «Vieni, o cara». La celebrada Elsa Benoit ofreció una Poppea de altísima calidad, presente en escena y delicada en sus incontables arias da capo, con «Vaghe» perle a la cabecera. Pero el festín no acaba aquí; con la presencia de Cortez Mitchell (Narciso), John Holiday (Nerone) y Iestyn Davies (Ottone), la velada fue un ir y venir de contratenores, cada uno más interesante que el anterior. Holiday, contratenor soprano, es ya casi un fenómeno de masas, y es mucho más solvente que otros artistas que han elegido un camino similar. Pero si su precoz «Col saggio tuo consiglio» impresionó por la calidad y entereza de la voz, quizás todavía más lo hizo el mezzosoprano más aterciopelado, menos metálico, de Iestyn Davies. Su «Voi che udite», aria representativa donde las haya, dejó al auditorio sin aliento.

Parte del triunfo del elenco del sábado, como tiende a serlo siempre, es responsabilidad de la dirección de Barry Kosky. La heterogeneidad de las cinco voces protagonistas cuajó mágicamente gracias a una interpretación entendida de forma grupal, hecha de interacciones sencillas y de giros dramatúrgicos inteligentes. Kosky no hace nada nuevo en esta Agrippina: elimina, como siempre, la seriedad de la pieza, convirtiéndola en una comedia casi rossiniana —el lieto fine tan natural, que no requiere de deus ex machina, le permite seguir esta dirección—; trabaja con una escenografía sobria, a partir de estructuras metálicas despojadas en un escenario abierto que invita a la reflexión metateatral, y dirige magistralmente a sus intérpretes.

Cabe insistir en este último punto. Se puede tachar de exagerada la propuesta de Kosky, con su adolescente exaltación de la sexualidad y su gusto por la excentricidad; pero esto sería tocar solamente la superficie de su trabajo. En el fondo de su Agrippina hay una inteligencia dramatúrgica fundamental que reflexiona una y otra vez sobre la función estructural del aria da capo. Magistral es, por ejemplo, el gesto brechtiano de cortar en seco el da capo de la famosa aria de Agrippina «Se vuoi pace», para devolver el protagonismo a una trama que avanza veloz y que parece no tener tiempo para interludios sentimentaloides. Una Agrippina al fin triunfante, pero sola, cierra la versión de Kosky, quizás como advertencia a quien esté dispuesto a darlo todo por una chispa de poder.  * Lluc SOLÉS, crítico internacional de ÓPERA ACTUAL