CRÍTICAS
INTERNACIONAL
'Faust' y la demonización del sexo
Santiago de Chile
Ópera Nacional de Chile
Gounod: FAUST
Sergey Romanovsky, Paulina González, Daniel Miroslaw, ZhengZhong Zhou, Marcela González y Evelyn Ramírez. Dirección: Pedro-Pablo Prudencio. Dirección de escena: André Heller-Lopes. Teatro Municipal de Santiago, 9 de noviembre de 2019.
El Faust de Gounod, con libreto de Barbier y Carré, mira de lejos el Faust de Goethe y centra su atención en el episodio de la seducción de Margarita. El asunto central de esta ópera es la demonización del sexo, tema que entiende bien el director de escena André Heller-Lopes, quien subraya la carga eclesiástica imponiendo una atmósfera catedralicia neogótica a través de unos módulos móviles de vitrales que van generando los distintos espacios.
Una suerte de telón de boca pintado en el fondo del escenario sugiere la idea de lo litúrgico como puesta en escena, asunto que se complementa bien con la forma como están concebidos Mefistófeles y sus ayudantes: el demonio primero parece un cruce entre Drácula y un prestidigitador, para luego convertirse en un maléfico ser de magnífico atuendo cardenalicio, ayudado por monjes encapuchados que se mueven como sombras siniestras. Todo esto llega a su cenit cuando Mefistófeles toma al niño nacido de la relación entre Faust y Margarita para ahogarlo en la pila de agua bendita.
La escenografía (Renato Theobaldo), vestuario (Sofia di Nunzio) e iluminación (Ricardo Castro, sobre el original de Gonzalo Córdova) colaboran a este ambiente opresor y de claroscuros, a veces de elusiva nitidez, asunto que encuentra su máxima expresión en la escena final, con la silueta de Margarita confundida entre los vitrales que ahora son su cárcel, de la que sale para ir a la horca y encontrar ahí su glorificación. Pocas veces se representa la ejecución de la protagonista, como sí sucede en esta atractiva puesta en escena.
La obra llegó al Municipal en un horario especial debido a la crisis social que vive el país, aunque la asistencia fue considerable.
La dirección musical de Pedro-Pablo Prudencio fue efectiva, fluida y generalmente de gran contundencia sonora. Se diría que potenció con el sonido un efecto teatral impresionante, lo que implicó ganancias en impacto y desmedro de sutilezas. El maestro optó por tempi rápidos, lo cual si bien energizó el desarrollo también causó algunos trabalenguas en el vals “Ainsi que la brise légère”. Aunque sin ideas interpretativas muy personales, su trabajo fue convincente porque atendió el desarrollo escénico y cuidó a los protagonistas vocales, asunto en especial difícil en el cuarteto del jardín “Seigneur Dieu, que vois-je?” y en la escena de la muerte de Valentín, donde, en una opción de gran sentido, la plegaria del coro emergió más murmurada que cantada.
Fue notable la tensión conseguida entre el foso, el órgano y los solistas durante el asedio infernal a Margarita en la iglesia (escena trasladada al momento posterior a la muerte de Valentín), como también el terceto final que queda resonando en el público como un himno de salvación.
Sergey Romanovsky (Faust) es un tenor lírico en viaje hacia el spinto, que canta con facilidad y a plena voz. Su “Salut! Demeure chaste et pure” fue cantada con toda opulencia y fervor (pianísimos olvidados), y por supuesto el público reaccionó con entusiasmo. El tenor supo encontrar la ternura de frases como “Quel trouble inconnu me pénètre” y explicitar la osadía en los irresistibles “Laisse-moi” con los que sucumbe Margarita. Se trata de un cantante serio que hay que seguir; sería bueno volverle a escuchar en roles verdianos como Alfredo o el Duca.
Mefistófeles fue el bajo Daniel Miroslaw, de poderosa presencia física y voz de sorprendente amplitud, con una efectiva proyección, capaz de atravesar la masa orquestal sin dificultad alguna. Elaboró un demonio que transitaba entre el agitador de masas y el gurú, una suerte de orquestador del mal sobre el que se basaba la construcción casi coreográfica de muchas escenas. Con su histrionismo y el dominio absoluto de su cuerpo, conquistó a la sala, que le ovacionó.
La soprano Paulina González fue Margarita, un rol exigente en términos vocales e interpretativos que pide un material dúctil que le permita enfrentar pasajes de coloratura y momentos de alta intensidad dramática. La cantante sorteó con éxito las dificultades, escuchándose en plenitud en el dúo “Ô nuit d’amour”, en el lirismo del aria de la rueca (cantada como en una ensoñación) y la estremecedora escena de la iglesia. Excelente de verdad, con cuidado estilo y convicción expresiva, el Valentín del barítono Zheng Zhong Zhou. Marcela González cantó Siebel con encanto y musicalidad y Evelyn Ramírez dio particular vigor al ingrato papel de Marthe Schwetlein, lo mismo que Matías Moncada a su Wagner.
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