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INTERNACIONAL
‘Falstaff’ vuelve bajo la cámara de Orson Welles
Salzburgo
Festival de Salzburgo
Verdi: FALSTAFF
Nueva producción
Gerald Finley, Simon Keenlyside, Bogdan Volkov, Elena Stikhina, Giulia Semenzato, Tanja Ariane Baumgartner. Dirección musical: Ingo Metzmacher. Dirección de escena: Christoph Marthaler. Grosses Festspielhaus, 16 de agosto de 2023.
En el final está el principio. La primera música que se escucha (grabada) solo abrirse el telón es la fuga conclusiva de Falstaff mientras un director de cine contempla su obra en una sala de visionado. Insatisfecho, se pone manos a la obra en el estudio de rodaje situado al lado. La nueva producción del Festival de Salzburgo de la última ópera de Verdi viene firmada por Christoph Marthaler, figura habitual del certamen austriaco, quien, estirando el hilo de la conexión con el cine, sitúa a una figura icónica como Orson Welles (autor de Campanadas a medianoche, película sobre el mismo personaje shakespeariano) como numen titular de la propuesta. Pero al director suizo no le interesa tanto explorar los ecos de esta cinta como inspirarse en la dialéctica entre ficción y realidad que también atrajo al cineasta norteamericano.
Con la colaboración de la siempre fiel Anna Viebrock, autora del decorado tripartito que llena toda la amplitud del Grosses Festspielhaus y de un vestuario con aire de los años 70, Marthaler yuxtapone los mundos de delante y detrás de la cámara, dos realidades que se van confundiendo a medida que avanza una trama en la que todos los personajes se hacen pasar por lo que no son. Falstaff es el protagonista y epicentro, proyección del realizador, Orson W., uno de los personajes que Marthaler incorpora a la obra verdiana.
Sobre el papel, el punto de partida del director suizo tiene un potencial que, por desgracia, nunca llega a desarrollarse de forma convincente. Marthaler dedica más esfuerzos a las acciones paralelas del equipo de rodaje que a una trama principal sin ritmo ni tensión, pero incluso la apariencia de una filmación es abandonada con rapidez. Bien es cierto que consigue un momento de caos organizado y humor absurdo en el final del segundo acto, aunque, de nuevo, el interés se centra más en las acciones de los extras que en la de los cantantes.
La simbiosis entre actor y director, entre Falstaff y Orson W., se consuma en el tercer acto, momento en que Alice Ford toma las riendas de la trama: el sosias del autor de Ciudadano Kane puede entonar el decisivo “tutti gabbati”, pero es Alice quien se queda con la “risata final”, ante el estupor del resto de personajes y del coro, paralizados ante el vacío existencial tras tanto engaño. La teoría, de nuevo, es interesante; en la práctica, un Falstaff terriblemente aburrido.
En el foso la sorpresa era la presencia de Ingo Metzmacher, batuta más asociada en el festival al repertorio de los siglos XX y XXI. La suya fue una versión puntillosa, detallista hasta el extremo, poniendo el foco en cada detalle, en cada figura, en cada gesto de la partitura. El precio a pagar, no obstante, fue demasiado oneroso, ya que el discurso no avanzaba con el ritmo que se espera de una comedia, y el ensimismamiento musical (favorecido por el esplendor bordeando en ocasiones, como es el caso, con el onanismo sonoro en el que a veces cae la Filarmónica de Viena) se alió con el sopor escénico.
Es posible que, en una producción con parámetros distintos, el Falstaff de Gerald Finley muestre otras cualidades. Adaptándose a la estética de Marthaler y a su visión desencantada de los personajes, el barítono canadiense rehuyó de todo exceso bufonesco con el mismo convencimiento que su pancione evitaba ponerse la barriga postiza. La voz sonó fresca, homogénea, segura en toda su extensión, sin necesidad de recurrir a efectos hablados para delinear un fraseo meticuloso, rico en inflexiones y matices, que alcanzó cotas notables de angustia existencial en el monólogo que abre el tercer acto. Una interpretación fascinante que eclipsó en parte al resto de un equipo correcto.
Aunque el sonido es más gris, Simon Keenlyside mantiene su capacidad de ponerse en la piel de cada personaje, en este caso un Ford ridículo a la vez que bien cantado. Las delicuescencias del Fenton de Bogdan Volkov tuvieron buena respuesta en los pianísimos flotados de la Nannetta de Giulia Semenzato. Elena Stikhina fue una Alice Ford de dicción poco incisiva y fraseo en exceso plácido, Tanja Ariane Baumgartner una discreta Mrs. Quickly de graves suficientes y Cecilia Molinari una cumplidora Meg Page. Eficaces Thomas Ebenstein (Dr. Cajus), Michael Colvin (Bardolfo) y Jens Larsen (Pistola) y mención obligada a los tres actores habituales de los montajes de Marthaler: Marc Bodnar (Orson W.), Liliana Benini (Robina) y Joaquín Abella (Primer ayudante del director). Que las continuas caídas del actor y bailarín español, dignas de la mejor slapstick comedy, fueran el elemento más memorable es el mejor resumen de las severas limitaciones de la producción. * Xavier CESTER, corresponsal en Salzburgo de ÓPERA ACTUAL
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