Exquisito 'Orfeo' en el Real

Madrid

21 / 11 / 2022 - José María MARCO - Tiempo de lectura: 3 min

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orfeo-teatroreal-operaactual (1) Una escena de la ópera-ballet 'Orfeo' en el Real © Teatro del Real / Javier DEL REAL
orfeo-teatroreal-operaactual (1) Una escena de la ópera-ballet 'Orfeo' en el Real © Teatro del Real / Javier DEL REAL
orfeo-teatroreal-operaactual (1) Una escena de la ópera-ballet 'Orfeo' en el Real © Teatro del Real / Javier DEL REAL

Teatro Real

Monteverdi: ORFEO

Julie Roset, Georg Nigl, Charlotte Hellekant, Alex Rosen, Luciana Mancini, Konstantin Wolff, Julián Millán, Cécile Kempenaers, Leandro Marziotte, Fabio Trümpy, Hans Wijers, Florian Feth. Freiburger Barockorchester. Vocalconsort Berlin. Dirección musical: Leonardo García Alarcón. Dirección de escena y coreografía: Sasha Waltz. 20 de noviembre de 2022.

El Teatro Real prosigue su ciclo dedicado a Orfeo con la obra que introdujo –o casi, de no ser por la Eurídice de Peri– el mito en la música y en el teatro occidentales. Se trata de L’Orfeo de Monteverdi, estrenado en 1607 en la corte de los duques de Mantua. La producción que se vio en el coliseo madrileño data de 2014, aunque se ha modernizado el vestuario para la ocasión, incorporando elementos del siglo pasado. La firma la directora de escena y coreógrafa Sasha Waltz, bien conocida por su voluntad de fundir dos artes no siempre bien avenidos como son la danza y el canto. En este caso, ya la primera escena anuncia el espectáculo con una bailarina revoloteando por el escenario, una cantante que da voz a la Música y la arpista al fondo: la música, la voz y el canto se van a unir en un continuo a veces redundante y otras un poco enigmático, pero siempre fluido y elegante, sin rupturas, reinterpretando a su modo la acción teatral y musical y haciendo revivir la atmósfera de una exquisita función cortesana. Incluso, en algún momento, devuelve el perfume de lo que probablemente debió ser la danza antigua, sin el menor carácter dionisíaco, eso sí. Está más cerca del espíritu clásico de Gluck que del contraste entre el arte y lo natural, por no hablar de bacantes y ménades.

"La dirección de Leonardo García Alarcón fue animada, sutil y matizada, brillante y colorida cuando era necesario, sin miedo a las disonancias propias de la partitura"

La atmósfera de teatro intimista y cultivado quedó subrayada por el escenario de madera montado dentro del escenario, con unos practicables que permitían incorporar luces e imágenes evocadoras de bosques, lagos o ríos, y atmósferas un poco oníricas, siempre dentro de un orden. La presencia de la orquesta a ambos lados del escenario central resultó atractiva visualmente, aunque ampliaba la distancia emocional: Waltz y Alexander Schwarz, arquitecto responsable de la muy racional escenografía, incluyen al espectador en el espectáculo pero más como refinados dilettanti que como participantes del drama. Con este planteamiento cobraba una especial relevancia la orquesta, que llevó el peso de la recreación de afectos y pasiones. No fallaron el fabuloso coro del Vocalconsort Berlin ni la Freiburg Barockorchester, de precisión extraordinaria en las cuerdas y los vientos, con una fanfarria espectacular tocada en medio del patio de butacas y la dirección de Leonardo García Alarcón animada, sutil y matizada, brillante y colorida cuando era necesario, sin miedo a las disonancias propias de la partitura y rozando el desmayo místico en otros.

En un teatro más pequeño que el Real la entidad de las voces no plantearía problema alguno. Sí se presentó aquí, sobre todo al principio. Julie Roset a penas se pudo escuchar en su papel de la Música, y lo mismo les ocurrió a casi todos los demás, hasta que los cantantes consiguieron adecuar la naturaleza del espectáculo a la realidad de la sala. Destacó el barítono Georg Nigl, que empezó con cierta dificultad y una emisión gutural para luego afianzarse en su gran y difícil “Possente spirto” (que duerme a Caronte, algo poco subrayado en la puesta en escena, como tampoco parecen haberse tenido en cuenta las ironías de la Música, que se burla un poco de un público tan entendido como poderoso). Charlotte Hellekant compuso unas muy dignas Mensajera y Esperanza, y el joven bajo Alex Rosen, norteamericano nacido en Valencia, impuso su Caronte con un instrumento rotundo e inapelable. Bien la Proserpina de Luciana Mancini y el Plutón de Konstantin Wolff. Excelente propuesta, ejemplo de actualización sin estridencias.  * José María MARCO, corresponsal en Madrid de ÓPERA ACTUAL