Estrasburgo: El (re)descubrimiento de Legrenzi

16 / 02 / 2019 - Francisco J. CABRERA - Tiempo de lectura: 3 min

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© Opéra National du Rhin / Klara BECK
© Opéra National du Rhin / Klara BECK
© Opéra National du Rhin / Klara BECK

Opéra National du Rhin

Giovanni Legrenzi: LA DIVISIONE DEL MONDO

Nueva producción

Carlo Allemano, Stuart Jackson, André Morsch, Arnaud Richard, Julie Boulianne, Sophie Junker, Jake Arditti, Christopher Lowrey, Soraya Mafi, Rupert Enticknap, Ada Elodie Tuca, Alberto Miguélez Rouco. Dirección: Christophe Rousset. Dirección de escena: Jetske Mijnssen. 16 de febrero de 2019.

Existe vida barroca más allá de Claudio Monteverdi y Francesco Cavalli. Giovanni Legrenzi (1626-1690), italiano también, es considerado la tercera gran figura del siglo que inventó la ópera. Por desgracia poco queda de su obra: se sabe que creó diecinueve partituras para el teatro, de las que en la mayoría de los casos se conoce poco más que sus títulos. Afortunadamente ha podido rescatarse La divisione del mondo, ópera que tuvo un éxito considerable en los años posteriores a su creación en Venecia en 1675. Impensable en cualquier otro lugar fuera de la abierta República marítima de Venecia, esta obra casi desconocida resulta increíblemente moderna casi 350 años después de su primera representación.

Esta producción, la première francesa de la obra llevada a cabo por la Opéra National du Rhin (ONR) a medias con la Opéra National de Lorraine, tenía sobre el papel todo lo que puede hacer feliz a un amante contemporáneo de la ópera barroca: un defensor a ultranza del repertorio como es el director Christophe Rousset al frente de su conjunto Les Talens Lyriques, una puesta en escena moderna del regista holandés Jetske Mijnssen, que debutaba en la ONR, y una serie de especialistas del canto barroco. El resultado no decepcionó a los amantes de la ópera barroca contemporánea. Rousset y sus acólitos supieron sacarle todo el jugo a una partitura que soporta perfectamente la comparación con las de sus más ilustres compatriotas. La puesta en escena parecía copiada de una película de Almodóvar, con lo que tuvo un gran impacto visual. La escenografía, coronada por una enorme reproducción de una pintura representando el mito de Leda y el cisne, brindó el toque adecuado a esa atmósfera de dioses y diosas que persiguen sus caprichos y pasiones bajo la atenta dirección de Cupido.

Eso sí, más de uno debió salir del teatro sin saber porqué la ópera se llamaba La división del mundo y ni qué pintaban allí los dioses del Olimpo. En cuanto a los cantantes, las voces femeninas se llevaron el gato al agua, lo que suele ser habitual en óperas del repertorio barroco. Claro está, suele ser común en especialistas masculinos del canto barroco el dar la impresión de que no serían más que comprimarios en otros repertorios, y en este caso no hubo excepción a la regla. Para adeptos de la voz híbrida del contratenor, cabe decir que hubo nada más y nada menos que cuatro, uno de ellos el español Alberto Miguélez Rouco.