CRÍTICAS
NACIONAL
Esa fatal manía de pensar que hay en España
Oviedo
XXX Festival de Teatro Lírico Español
Barbieri: PAN Y TOROS
Función inaugural
Yolanda Auyanet, Cristina Faus, Borja Quiza, María José Suárez, José Julián Frontal, Bárbara Fuentes, Enrique Viana, Pedro Mari Sánchez, Carlos Daza, Pablo Gálvez, Abraham García, Pablo López, Alberto Frías, César Sánchez, Lara Chaves, Sandro Cordero y Julen Alba. Oviedo Filarmonía. Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Dirección musical: Virginia Martínez. Dirección de escena: Juan Echanove. Teatro Campoamor, 23 de febrero de 2023.
En el momento en que terminan los aplausos, baja el telón y toca ordenar las ideas y opiniones acerca de la función que se acaba de presenciar, Pan y toros abre la puerta grande, si se permite la terminología taurina, a la reflexión. A poco que se tenga clara la diferencia entre cultura y entretenimiento, aunque el teatro sea siempre una magnífica opción de solaz ante la vida cotidiana, la zarzuela que inauguró el XXX Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo hace imposible abstraerse a su mensaje. Más allá de los 158 años transcurridos desde su estreno, Pan y toros habla desde el hoy. Porque siempre habrá, independientemente del asunto del que se trate –política, ópera y fútbol podrían ser buenos ejemplos—, dos facciones enfrentadas. Luz y oscuridad, dependiendo de quien juzgue. Del blanco de las camisas de la manolería al negro del vampírico cuerpo de baile, encargado también de la figuración, que firma un detallado trabajo, poniendo cuerpo tanto a las creaciones de Goya como a los parásitos del país, junto a la camarilla empeñada, según la ficción histórica del libreto, en anteponer sus intereses personales al bien de la patria. Que cada cual asigne a unos y otros, en esta traslación espacio-temporal, los nombres que considere convenientes.
De “esa fatal manía de pensar que hay en España”, frase del Corregidor Quiñones interpretado con maestría por Pedro Mari Sánchez, brotó esta zarzuela grande de Francisco Asenjo Barbieri, del que este año se conmemora el segundo bicentenario de su nacimiento. Valgan estas funciones ovetenses como agradecimiento del público del Teatro Campoamor por todo lo disfrutado, gracias a su genialidad, en títulos como El barberillo de Lavapiés, Los diamantes de la corona, Gloria y peluca o este prodigioso Pan y toros. También nació del intelecto, personal y del que sabe rodearse bien (Ana Garay, Manuela Barrero, Juan Gómez Cornejo, Jorge Torres, Álvaro Luna…) para afrontar una empresa de esta magnitud, esta brillante producción del Teatro de La Zarzuela, comandada por Juan Echanove y estrenada el pasado octubre en el coliseo madrileño. Sito, precisamente, en la calle Jovellanos, salvador final de la historia. Esta es la primera experiencia del actor y director teatral como director de escena de un espectáculo lírico. Con propuestas como esta, el trabajo iniciado hace años por musicólogos, directores y gestores para presentar el género lírico hispano con los estándares de calidad que merece, da frutos y permite que se pueda avanzar en este camino, apoyo institucional mediante. Una nueva mirada que se disfruta, por ejemplo, en el minucioso y exhaustivo trabajo del verso, sin apenas cortes.
Demasiadas veces contar con una partitura y un libreto de esta calidad no garantiza llegar a buen puerto. Afortunadamente, no es este el caso, y si la función de estreno –breves desajustes aparte— da la medida de lo que será este XXX Festival, probablemente, ante una de las mejores temporadas que se recuerdan entre los vetustos muros del Teatro Campoamor. De cabo a rabo (porque hasta ahí llega el toro) todos los engranajes de esta producción, que estira las costuras de la caja escénica ovetense hasta hacerla parecer otra, funcionaron casi a pedir de boca. La maestra Virginia Martínez mostró la seriedad que caracteriza su trabajo desde hace años, no siempre con el suficiente reconocimiento, subrayada en números de especial dificultad, como el concertante previo al final del segundo acto. Oviedo Filarmonía, orquesta titular del Festival, sostuvo las dos horas y veinte minutos de función con el saber hacer que da su abultada experiencia en el foso de la música española. Algo más de nervio hubiese sido necesario en ciertos pasajes, así como mayor finura lírica en algunos números por parte de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo; su entrega escénica, en todo caso, es siempre digna de elogio, pero ha de dejarse mecer más por la música, para prevenir ciertos desajustes. A tiempo están.
Buena parte del abultado reparto de Pan y toros había participado en el estreno madrileño de esta producción, y las nuevas incorporaciones (José Julián Frontal en el papel de Goya, María José Suárez como La Tirana, la Duquesa de Bárbara Fuentes y Abraham García en la parte del torero Costillares) dieron idéntica impresión de veteranía. Qué difícil lograr ese equilibrio en el que todos destacan. Especialmente brillantes fueron los dúos del triángulo que conforman Yolanda Auyanet (Doña Pepita), el Capitán Peñaranda (Borja Quiza) y la Princesa de Luzán (Cristina Faus), de hondo compromiso con el oficio. La soprano canaria construye una auténtica “mala de película”, impactante en el canto e intachable en el texto y la presencia escénica, del gesto a la intención en cada mirada. Nada sobraba, y nada faltó. Algo sí se echa de menos: una mayor presencia en las grandes temporadas de ópera nacionales, si ese fuese su deseo.
El Capitán Peñaranda es, sin duda, una de las mejores creaciones de Borja Quiza, completa e impecable en el cantar y el decir. El escapulario que la Princesa de Luzán le entrega bien podría llevar, con todos los respetos, la efigie de Barbieri, porque para él pareció componer dos de sus más grandes personajes: Cristina Faus domina rol y escenario no solo en la famosa romanza central del segundo acto, y consigue, junto a Auyanet, que en la exigente “Quien cogida es in fraganti…” salten chispas. Merecido éxito de estos intérpretes, sin olvidar las aplaudidas intervenciones de Carlos Daza (Pepe-Hillo) y del Abate Ciruela de Enrique Viana, del que solo se puede pedir más. Si son de esta calidad y volviendo al Corregidor Quiñones, se aceptan de buen grado espectáculos que, durante dos horas largas, distraigan la atención del público. * Pablo GALLEGO, corresponsal en Oviedo de ÓPERA ACTUAL
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