CRÍTICAS
NACIONAL
Emiliy D'Angelo, con voz y luz propias
Peralada
Festival Castell de Peralada
Recital de EMILY D'ANGELO
Iglesia del Carmen
Obras de Von Bingen, Mazzoli, Schoenberg, Clarke, Kirkland-Snider, Livingston, Schumann-Wieck, Rossini y Chapí. Sophia Muñoz, piano. 23 de julio de 2022.
La mezzosoprano Emily D’Angelo apareció en el escenario de la iglesia del Carmen, sede de los recitales de cámara del Festival Castell de Peralada, junto a la pianista Sophia Muñoz, con aire tímido, camisa blanca, pantalón negro y botas Martens. Un look poco habitual que, visto lo que sucedió durante los siguientes y extraordinarios 90 minutos, suponía un aviso a navegantes pues nada es previsible en esta cantante superdotada en todos los aspectos.
Prueba de ello fue un programa en el que interpretó desde obras de Hildegard von Bingen hasta Chapí, pasando por Arnold Schoenberg y Rossini. Y todo ello de manera magistral, en estilo, con técnica soberana y una sensibilidad tan apabullante como seductora. Vista tamaña exhibición, no sorprende que esta joven cantante de 28 años ganase todos y cada uno de los concursos a los que se presentó durante 2017 y 2018, que teatros como el Met, La Scala o la Bayerische Staatsoper copen ya su agenda o que haya firmado un contrato en exclusiva con Deutsche Grammophon para grabar lo que se le antoje, como demuestra un CD tan iconoclasta como Enargeia.
Arrancó el recital con una cristalina versión de O frondens virga, de von Bingen con arreglo de Missy Mazzoli, que resonó en los muros de la iglesia fundiéndose de manera natural con las dos primeras canciones del Opus 2 de Arnold Schoenberg, «Erwartung» y «Schenk Mir» para concluir este primer bloque con una susurrada pieza, casi declamada, de Mazzoli titulada «You are the dust». Una primera toma de contacto en la que ya se puso de manifiesto una personalidad, voz e inquietud musical singulares. El timbre es naturalmente oscuro, tendente a tonalidades de contralto sin forzarlo. Al contrario, emisión y mecánica técnica fluyen con tal naturalidad que parecen innatas, como también un fraseo esculpido hasta el más mínimo detalle. A todo ello hay que añadir una presencia escénica hipnótica que oscila entre la fragilidad y la fiereza.
La velada continuó en Peralada con bellísimas composiciones de mujeres, sobre mujeres e interpretadas por mujeres en lo que fue una reivindicación en toda regla tan contundente como sutil. Tres bellísimas canciones de la angloamericana Rebecca Clarke (1886-1979), y otras tantas de las compositoras contemporáneas Sarah Kirkland-Snider y Cecilia Livingston (conmovedora su «Penelope»), norteamericana y canadiense respectivamente, desembocaron en un homenaje a Clara Wieck con una intensa versión de «Lorelei». Así concluyó una primera parte que dejó patente el excepcional manejo liederístico de D’Angelo, siempre magníficamente acompañada por la pianista Sophia Muñoz, sumamente expresiva en todo momento y que se reveló como necesaria partner in crime.
Pero ciertas dudas se cernían sobre la segunda parte en la que ambas intérpretes proponían un programa en las antípodas, a nivel estilístico y expresivo, compuesto por obras de Rossini y Chapí. La inclusión de “Cuando el amor se apodera”, de El Barquillero quedó explicada cuando la cantante se dirigió al público para dedicar la segunda parte íntegramente a su admirada Teresa Berganza. Y la maestra estará contenta ahí arriba porque tiene en D’Angelo una digna heredera. La extraordinaria exigencia de una obra como la cantata Giovanna d’Arco fue resuelta con una exhibición de recursos técnicos absoluta, tanto en el canto legato como en el de coloratura, sin olvidar unos recitativos impecables y expresivos.
Los orígenes italianos se notaron en una dicción perfecta que volvió a lucir en una refinada lectura de “Una voce poco fa” llena de picardía y musicalidad. Pero lo que nadie podía imaginar, además, era que la mezzo cantase zarzuela como la cantó, con magnífica dicción, el mejor espíritu castizo y un plus de elegancia poco habitual. Para demostrar que ese Barquillero no era un fenómeno aislado, el recital se cerró con una arrolladora versión de las “Carceleras” de La hija del Zebedeo. Lo dicho, Teresa puede quedarse tranquila, su legado está en buenas manos. *Antoni COLOMER, crítico de ÓPERA ACTUAL