CRÍTICAS
NACIONAL
El 'Wanderer' acalorado de Andrè Schuen conquista la Schubertíada
Vilabertran
Schubertíada
Recital de ANDRÈ SCHUEN
Winterreise de Franz Schubert. Daniel Heide, piano. Canònica de Santa Maria, 13 de agosto de 2021.
Después del pistoletazo de salida dado excepcionalmente en la basílica de Castelló d’Empúries, la Schubertíada de Vilabertran volvió el pasado viernes a la Canònica de Santa Maria. Y lo hizo por la puerta grande, programando el Winterreise. El barítono Andrè Schuen y el pianista Daniel Heide se atrevieron con el rey de los ciclos de Lieder ante una abarrotada platea. La tarde de canícula hizo subir la temperatura en la capilla románica, pero la nieve no se derritió en ningún momento; el sudor en las caras de los artistas delataba un esfuerzo titánico.
Las condiciones ambientales no eran las mejores. La organización del festival se disculpó, en un exiguo mensaje justo antes de empezar, por haber tenido que usar los bancos de la iglesia para acomodar el público, lo que evidentemente no ayudó a evitar estrecheces. El viaje de invierno tendría que darse en un verano sin tregua y en un espacio que, más allá de su espectacularidad, ofrece pocas comodidades al oyente —al feligrés—. Las contradicciones, empero, tienden a dar sus frutos. Y en especial el Winterreise, una obra repleta de disyuntivas, irreductible a una idea o una atmosfera concretas, las acepta siempre fácilmente. Schuen y Heide atacaron el ciclo schubertiano con un plus de concentración, y el calor, paradójicamente, les ayudó a construir algo nuevo sobre el frío acostumbrado.
Los clásicos son clásicos porque pueden programarse y reprogramarse infinitamente sin agotar su capacidad de lanzar preguntas al público. Es por esto que el Winterreise es una apuesta segura, almenos por los programadores. La obra fluye y refluye, se escapa del comentario y lo requiere a su vez, su magnetismo es equivalente a su poder de desconcierto. La condición de clásico de la obra insiste ella misma en lo paradójico. El reto mayúsculo no es aquí el de quien se atreve a proponerla en un festival, sino el de quien no duda en lanzarse a interpretarla. En este sentido, Schuen y Heide hicieron una labor impoluta: en Vilabertran se escuchó un Winterreise compacto, lento y trabajado, con sus veinticuatro estaciones debidamente afirmadas, y todo ello desde un respeto nada casposo hacia el ritual performativo del universo Lied. Schuen supo dosificar la voz de pecho, especialmente durante la primera parte, y no tuvo ningún problema en enseñar su timbre más despojado y más alejado del vibrato. Heide fue un acompañante pulcro, llevando la batuta en muchas ocasiones y usando toda la amplitud de recursos sonoros que le ofrecía el Steinway, sin reparos historicistas.
Las interpretaciones, sin embargo, son siempre interpretaciones y como tales abren espacio para el debate. Los vaivenes emocionales del Wanderer son casi sagrados para la tradición, y es difícil huir de su seriedad cuando se han tendido a presentar siempre como emblema de una cierta profundidad sensitiva y espiritual. La extrema duración del Winterreise, sin embargo, es algo sospechosa. ¿Qué pretende, este excursionista invernal? ¿Involucrarnos en sus interminables pesares, comunicarnos sus ansias y su deseo de refugiarse en la muerte? A veces, entre su lamento, ¿no resuena una nota de locura, algo así como el principio de una burla de si mismo? La sinceridad de la voz de Andrè Schuen, su espectacular instrumento, pudieron con el monumento, pero le fueron quizás demasiado fieles. El barítono ladino fue un Wanderer convencido de su destino trágico, comunicador inmejorable de los veinticuatro desgarros del espíritu que conforman el viaje. Pero su propuesta —quizás también por el espacio, demasiado estrecho—, aún y abrazar la contradicción implícita en el ciclo desde su misma estructura formal, pecó de fidelidad al canon; no se atrevió a explorar el distanciamiento. Schuen cantó convencido de la profundidad del sentimiento de su personaje. Solo el enigmático número 24, Der Leiermann, llevó consigo el retiro anhelado por lo menos durante toda la segunda parte del ciclo. Citando con conocimiento de causa la opción interpretativa de Ian Bostridge, Schuen supo recogerse y dar al personaje el matiz escalofriante que produce esa tercera persona final, dirigida a otro que no es nadie más que él mismo.
Exhaustos por el calor, los músicos dejaron la Canònica de Santa Maria con una merecida ovación. Las lágrimas heladas seguían sin derretirse. * Lluc SOLÉS, crítico de ÓPERA ACTUAL