El sueño de los muertos de Barrie Kosky se llama Turandot

Ámsterdam

07 / 12 / 2022 - Xavier CESTER - Tiempo de lectura: 4 min

Print Friendly, PDF & Email
turandot-operaactual-dutchnationalopera (1) Una escena de la nueva producción de 'Turandot' © Dutch National Opera / Monika RITTERSHAUS
turandot-operaactual-dutchnationalopera (1) Una escena de la nueva producción de 'Turandot' © Dutch National Opera / Monika RITTERSHAUS
turandot-operaactual-dutchnationalopera (1) Una escena de la nueva producción de 'Turandot' © Dutch National Opera / Monika RITTERSHAUS

Dutch National Opera

Puccini: TURANDOT

Nueva producción

Tamara Wilson, Najmiddin Mavlyanov, Kristina Mkhitaryan, Liang Li. Dirección musical: Lorenzo Viotti. Dirección de escena: Barrie Kosky. Grote Zaal, 6 de diciembre 2022.

Turandot «no existe». Así lo proclaman en la popular ópera de Puccini los tres ministros, Ping Pang y Pong, al ansioso Calaf; así se susurra al final de la nueva producción de la Ópera Nacional holandesa y así lo entiende el director del montaje, el siempre sorprendente Barrie Kosky. Y lo entiende de forma literal, ya que la princesa de hielo no aparece durante toda la representación. Solo se oye su voz, una presencia fantasmal, incorpórea, que domina una propuesta a medio camino del sueño y la pesadilla.

Rehuyendo todo atisbo de orientalismo kitsch, la producción se sitúa en un espacio desnudo rodeado de espejos (Michael Levine firma la escenografía) poblado por una masa en continuo movimiento, uniforme, gris (vestuario de Victoria Behr) que pasa del sueño a la vigilia a la misma velocidad que transita de la violencia a la compasión. Esta multitud humana es la principal protagonista del montaje, de la cual luchan por diferenciarse, con éxito relativo, algunas individualidades, en especial Calaf, cuyo sueño, durante “Nessun dorma”, adopta un colorido más cálido que la nocturna atmósfera que acaba predominando (Alessandro Carletti es el diseñador de la iluminación). Pero ni siquiera en este paréntesis está ausente otro elemento central de la producción, la muerte, representada por una infinitud de esqueletos, sobre todo por una calavera gigante en la aparición de Turandot en el segundo acto, de la cual surgen figuras singulares arrastrándose como gusanos, y por la que Calaf siente una atracción mórbida.

"La invisible Tamara Wilson impuso una Turandot de medios generosos y agudos espectaculares al servicio de una interpretación que buscó (y encontró) la variedad de matices"

Kosky aplica sobre la masa una mirada implacable similar a la empleada en la ťa Kabanová de Salzburgo, aunque los recursos teatrales en esta Turandot son distintos, como suele acontecer en las propuestas de este director poliédrico. La última ópera de Puccini está punteada por algún inciso coreográfico de utilidad variable (firmado por Otto Pichler) y por inquietantes textos susurrados, derivados del libreto que, a la vez que como interludios entre actos, sirven para abrir y cerrar la obra. El “straniero, ascolta”, repetido una y otra vez, se dirige de hecho al espectador subyugado por este cuento terrible. Cabe destacar también la gran capacidad de Kosky para mover el coro y para delinear al milímetro una acción que, en el fondo, sin apartarse en exceso de la trama original, subraya su violencia, su crueldad y sus elementos más surrealistas. Al final el coro y los protagonistas vuelven a la misma posición del principio, estirados sobre el escenario, dormidos, soñando, quizás el sueño de los muertos.

Ante esta propuesta radical focalizada en la obsesión por la muerte, es lógico que tanto Kosky como el director musical, Lorenzo Viotti, titular del teatro holandés, hayan acordado no utilizar ni los dos finales de Franco Alfano (el tradicional y el más extenso y raramente interpretado) ni el de Luciano Berio (estrenado justamente en Ámsterdam en 2002). La ópera concluye allá donde la dejó Puccini, en el suicidio de Liù (muerte y más muerte), con un breve epílogo murmurado. Viotti ofreció una versión rica en contrastes y repleta de detalles, de sonoridades más crudas (en buena sintonía con lo que se veía en escena) que enfatizaban la modernidad de la escritura pucciniana sin rehuir, por ello, la espectacularidad inherente a la pieza. En algún momento, sobre todo en los remansos líricos, los tiempos tendían a un ensimismamiento excesivo, pero la tensión dramática nunca decaía, gracias también a la ductilidad de una excelente Orquesta Filarmónica de Holanda. Excepcional en todo punto el coro dirigido por Edward Ananian-Cooper, capaz de ofrecer una gama dinámica de gran amplitud con un sonido siempre cohesionado y de una precisión impecable pese al movimiento permanente marcado por la producción.

La invisible Tamara Wilson impuso una Turandot de medios generosos y agudos espectaculares al servicio de una interpretación que buscó (y encontró) la variedad de matices por encima del simple despliegue sonoro. Najmiddin Mavlyanov fue un Calaf aplicado, de recursos más líricos que dramáticos, al que solo faltaba una personalidad más marcada. La Liù de Kristina Mkhitaryan desplegó, como debe ser, unos pianísimos de ensueño, aunque los tiempos morosos de Viotti en ocasiones tendían a desestabilizar su fraseo. Un contundente Timur de Liang Li, un eficaz Altoum de Marcel Reijans y unos bien conjuntados Ping (Germán Olvera, también Mandarín), Pang (Ya-Chung Huang) y Pong (Lucas van Lierop) completaban un reparto sólido. Tras Tosca y Turandot, solo queda Il trittico para cerrar la trilogía pucciniana que Barrie Kosky está dirigiendo en Ámsterdam.  * Xavier CESTER, crítico de ÓPERA ACTUAL