El Strauss de Petrenko entusiasma en el Festival de Pascua

Baden-Baden

11 / 04 / 2023 - Xavier CESTER - Tiempo de lectura: 4 min

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Frau Baden Una escena de 'Die Frau ohne Schatten' en Baden-Baden © Festspielhaus Baden-Baden / Martin SIGMUND
Frau Baden Una escena de 'Die Frau ohne Schatten' en Baden-Baden © Festspielhaus Baden-Baden / Martin SIGMUND

Festspielhaus Baden-Baden

Strauss: DIE FRAU OHNE SCHATTEN

Edición de Pascua

Elza van den Heever, Elena Pankratova, Wolfgang Koch, Michaela Schuster, Clay Hilley. Dirección musical: Kirill Petrenko. Dirección de escena: Lydia Steier. 5 de abril de 2023.

La gran protagonista del Festival de Pascua de Baden-Baden es la Filarmónica de Berlín, conjunto alrededor del cual se construye toda una programación que incluye una de sus restringidas apariciones en un foso operístico. El título escogido en la edición de este año, inicio de la recta final de la estancia del conjunto en la célebre ciudad balneario (en 2026 volverá al Festival de Pascua de Salzburgo que fundara Herbert von Karajan) ofrecía la oportunidad a los berlineses de desplegar todo su inimitable esplendor sonoro. No en balde, Die Frau ohne Schatten de Strauss es un océano musical solo apto para ser navegado por formaciones aguerridas. Y si están capitaneadas por directores de primer nivel, como Kirill Petrenko, aún mejor.

Con el opus magnum straussiano el actual titular de la Filarmónica inauguró su mandato al frente de la Ópera Estatal de Baviera y una década más tarde Petrenko vuelve a impartir una lección de las que no se olvidan, con un estilo que nunca cae ni en el narcisismo ni en el egocentrismo. La lujuria orquestal straussiana halla en los berlineses unos intérpretes de una perfección sideral, ya desde los primeros brutales acordes. Petrenko controla con mano imperturbable todos los meandros del discurso, desde las explosiones cataclísmicas (el final del segundo acto quitaba el aliento) hasta las efusiones más cálidas y los pasajes más extáticos (los finales del primer y tercer actos, inmarcesibles), pasando por innumerables detalles solísticos que su batuta ilumina sin perder el rumbo. Pero Petrenko es también un gran director de teatro que sabe mantener en todo momento la tensión necesaria a la vez que mima con buen tino a sus cantantes, a los que nunca ahoga. Es en los pasajes sin voces en los que libera a su fabulosa orquesta con efectos anonadantes.

"Soprano versátil como pocas, Elza van den Heever evolucionó desde el canto ingrávido con el que se presenta la Emperatriz hasta la intensidad dramática del tercer acto"

Si Die Frau ohne Schatten es un reto para la orquesta, no lo es menos para los cinco protagonistas, un equipo que en Baden-Baden funcionó globalmente de manera espléndida. Soprano versátil como pocas, Elza van den Heever evolucionó desde el canto ingrávido con el que se presenta la Emperatriz hasta la intensidad dramática del tercer acto, afrontando con brillantez tanto los agudos más estratosféricos como los vertiginosos saltos hacia el grave. A todo ello cabe añadir una remarcable capacidad como actriz, necesaria sobre todo en la gran escena declamada del tercer acto. Conocidas son las dificultades que Strauss crea a los tenores, dificultades que el Emperador de Clay Hilley afrontó con valentía (más seguro en el segundo acto que en el primero) y un canto expansivo.

Una indisposición vocal de última hora hizo que Miina-Liisa Värelä solo pudiera encarnar en escena a la Tintorera, acudiendo al rescate, cantando tras un atril en un lateral de escena, Elena Pankratova. La profesionalidad de todos los implicados ayudó a que la solución funcionara de forma más que satisfactoria, la voz torrencial de la soprano rusa (con alguna intermitencia perdonable dadas las circunstancias) revelándose como más que apropiada para dar vida a las insatisfacciones del personaje. Para Barak y la Nodriza el festival acudió a dos de los mejores intérpretes recientes de ambos papeles, y si la armadura vocal presenta alguna grieta, sendas encarnaciones fueron dignas de elogio: Wolfgang Koch como un Barak de una bonhomía entrañable (que el montaje se esforzaba en ocultar), y Michaela Schuster como una Nodriza venenosa hasta el extremo. Peter Hoare, Johannes Weisser y Nathan Berg fueron los hilarantes tres hermanos de Barak, mientras que el Mensajero de los Espíritus de Bogdan Baciu y la Voz del Halcón de Agnieszka Adamczak fueron otros elementos destacados del reparto.

No cabe duda que Lydia Steier sabe combinar el espectáculo con la reflexión, y su puesta en escena de la ópera de Strauss así lo evidencia. El montaje también muestra que no siempre sabe dosificar los elementos en acción. Su punto de partida, como era de esperar, difiere del simbolismo natalista del libreto de Hugo von Hofmannsthal, para cuestionar cuál es el papel de la maternidad y cómo esta define o no la identidad femenina (por suerte, la directora estadounidense debe desconocer la polémica desatada en España por un célebre caso de vientres de alquiler). Steier recurre a un personaje de su invención, una muchacha que vive en un internado regido por monjas implacables. En su sueño, se viaja al mundo mágico de los emperadores, retratados como un trasunto de Fred Astaire y Ginger Rogers, y a la realidad pintada de un rosa chillón de los tintoreros, quienes regentan una fábrica de muñecos. Los elementos móviles del decorado de Paul Zoller permiten un paso ágil de una escena a otra, mientras que el vestuario de Katharina Schlipf evoca tanto el Hollywood de los musicales de la edad dorada como las comedias horteras de los años 50 y 60 (la iluminación de Elana Siberski también ayuda a este efecto).

Steier combina un bienvenido sentido del humor con apuntes inquietantes que se intensifican en el tercer acto, al descubrirse que el internado es un centro en el que jóvenes solteras dan (o son forzadas a dar) sus bebés a parejas anhelantes. El trauma de la protagonista silente (una espléndida Vivien Hartert, columna vertebral del montaje) es, en definitiva, la muerte no superada de su hijo. El baile de imágenes conjurado por la directora (incluyendo una sangrienta Pietà de escala humana) llega en el último acto a un punto de saturación, conduciendo a una conclusión que contradice de forma consciente el aliento beatífico de la música: mientras las dos parejas protagonistas cantan a su futura felicidad paternal, la joven escarba, desesperada, diversos montículos de tierra, buscando a su hijo muerto.  * Xavier CESTER, crítico internacional de ÓPERA ACTUAL