CRÍTICAS
INTERNACIONAL
El 'revival' de la estática 'Turandot' madrileña de Bob Wilson
París
Opéra national de Paris
Puccini: TURANDOT
Elena Pankratova, Guanqun Yu, Gwyn Hughes Jones, Vitalij Kowaijow, Carlo Bosi, Alessio Arduibi, Jinxu Xiahou, Mattheu Newlin, Bogdan Talos, Rocio Ruiz Cobarro, Hyun–Jong Roh. Dirección musical: Gustavo Dudamel. Dirección de escena: Robert Wilson. Opéra Bastille, 7 de diciembre 2021.
A Robert Wilson no le gusta contar historias. En su sempiterno afán de simplificación fue de nuevo al grano dejando de lado cantidad de elementos indispensables para la buena comprensión de la tragedia póstuma de Puccini. En este montaje estrenado en el Teatro Real de Madrid, dispuso una visión escueta del marco espacial de la infeliz historia del príncipe miserable, la esclava enamorada y la altiva princesa, reduciéndolo prácticamente al de una versión de concierto. En un espacio de líneas rectas (diseñado por él mismo con la ayuda de Stephanie Engeln), dispuso los personajes –muy bien vestidos por Jacques Reynaud– uno al lado del otro, en primera fila, a la manera de un concertante y les mandó gesticular como los muñecos mecánicos de antaño. En estas condiciones quedaron muy amortiguados los sentimientos humanos –amor, odio, incomprensión– y las diferencias sociales –príncipe, esclava, emperatriz–, bases importantes, indispensables, de la trama.
Vestidos de negro, transformó en pajarracos de mal agüero a Ping, Pang y Pong –lo que figuradamente son en el cuento– y resolvió con gran delicadeza la transición a la parte final –hoy de obligado cumplimiento–, dejando a Turandot declarar el descubrimiento del amor, sola en el escenario.
El maravilloso coro de la casa que dirige Ching–Lien Wu, situado siempre al fondo del inmenso escenario de La Bastille, se las vio y se las deseó para sobrepasar el muro de decibelios salidos del foso en los pasajes en forte. Por lo demás, la orquesta, por vez primera bajo la batuta de Gustavo Dudamel, cumplió ampliamente su cometido. El director venezolano se mostró intransigente marcando la pauta cuando foso y escenario iban todos a la una, pero trató también con benevolencia los cambios de ritmo inesperados y otras imperfecciones –las hubo– que marcaban los solistas en arias y transiciones. En contraste con la frialdad imperante en el escenario, imprimió una buena pizca de voluptuosidad en los momentos sinfónicos.
Elena Pankratova fue una Turandot hierática y altiva como lo imponían el personaje y el director de escena; interpretó su papel con la fuerza o la suavidad requeridas en cada momento, sin dudas ni imprecisiones si bien su timbre algo nasal y un incesante aunque tenue vibrato, algo oscurecieron su prestación. Cantar hoy Calaf supone afrontar inconscientemente a los tres tenores reunidos; es una tarea imposible de la que Gwyn Hughes Jones se salió victorioso: no cayó en la trampa del pathos excesivo en su primera intervención (“Non piangere Liù”) y si no se aplaudió su interpretación de “Nessun dorma”, bien modulada y sin grandes proezas a la hora de la nota final, fue por la razón citada. Guanqun Yu –Liù– mostró en sus dos arias, amén de un timbre muy agradable, sensibilidad y firmeza, virtudes esenciales de la esclava enamorada de su dueño. Vitalij Kowaijow –Timur– y Carlo Bosi –Altum– cumplieron en sus cometidos. También Alessio Arduibi –Ping–, Jinxu Xiahou –Pang– y Mattheu Newlin –Pong– se salieron con bien de sus misiones vocales, tanto más meritorias cuanto que hubieron de realizar una inmensidad de gestos ridículos impuestos. Sorprendió la voz potente, firme y segura de Bogdan Talos, mandarino de lujo que anunció por dos veces al pueblo de Pekín la drástica ley impuesta por Turandot. * Jaume ESTAPÀ, corresponsal en París de ÓPERA ACTUAL
CRÍTICAS RELACIONADAS