CRÍTICAS
INTERNACIONAL
El 'Pelléas' de Abramovic, obra de arte total
Ginebra
Grand Théâtre Genève
Debussy: PELLÉAS ET MÉLISANDE
En 'streaming'
Mari Eriksmoen, Jacques Imbrailo, Leigh Melrose, Mathew Best, Yvonne Naef, Marie Lys, Justin Hopkins. Dirección: Jonathan Nott. Dirección de escena: Sidi Larbi Cherkaoui, Damien Jalet y Marina Abramovic. 18 de enero de 2021.
Los principales coliseos líricos del mundo llevan ya unos meses desempolvando del archivo sus más celebrados registros operísticos y algunos han querido mantener parte de su programación (Berlín, Viena, Zúrich, etc.) en formato streaming en directo. Ahora ha sido el turno de Ginebra y el emocionante Pelléas et Mélisande que el célebre coreógrafo belga Sidi Larbi Cherkaoui llevó a escena en 2018 para la Ópera de Flandes, por encargo del, entonces, su intendente, Aviel Cahn. El gestor suizo, hoy máximo responsable del Grand Théâtre ginebrino (GTG), ha querido hacer un esfuerzo titánico para poder salvar de la caída del cartel esta poética y plástica producción, que bien podría ser una de sus señas de identidad que marcó su paso por el teatro belga. Y el esfuerzo no ha podido ser más feliz. El concepto escénico de Cherkaoui, haciendo tándem con el también coreógrafo Damien Jalet, ahonda en el simbolismo de la obra, a través de un recorrido místico, fantástico y de ensoñación que perfila unos personajes plagados de gran sensibilidad que se manifiesta en cada uno de sus movimientos. Todos ellos hacen de su tragedia el motivo de su existencia. Marina Abramovic dibujó una propuesta escenográfica cargada de bucolismo visual y de simbolismo, que junto al cósmico video-arte de Marco Brambilla, se saldó con una emoción y belleza visual sin igual.
El cuerpo de danza –integrado por bailarines del Eastmann y del Ballet du GTG– funcionó como extrapolación de la psyqué de los protagonistas y como coro testigo de la tragedia del triángulo amoroso. A través de un lenguaje elegiaco, de gran sutileza, los coreógrafos intensificaron un texto y una música, ya de por sí muy sugerente. El apartado escénico se saldó con el broche de oro del vestuario creado por la célebre diseñadora de moda, Iris van Herpen. Mención a parte merece la realización de la retransmisión del cineasta franco-alemán Andy Sommer, tercera pata artística de esta producción, que jugó con la proximidad de los primeros planos, junto a maravillosos planos generales, como elemento de intensificación del drama escrito por Maurice Materlinck.
El director británico Jonathan Nott, actual titular de la Orchestre Suisse Romande, dirigió de manera magistral la rica orquestación debussiana, atento a cada detalle de la delicada partitura, extrayendo un sonido excelso, maravilloso y dibujando cada uno de los temas con rica plasticidad sonora.
La única ópera de Debussy tiene un lenguaje vocal evanescente, alejado de los cánones de la época, basado en una declamación lírica, buscando el volver al pasado –el recitar cantando–, lo que sería el sprechengesang en las óperas alemanas. Para ello, el equipo vocal, además de gozar de cierta fortaleza, debe poseer una dicción superba del idioma galo. Por ello, se ha dicho en muchas ocasiones que es una ópera que debería ser interpretada por cantantes francófonos. Y quizás, en esta ocasión, debería darse la razón a quien lo apuntaba. A excepción de las suizas Yvonne Näef (Geneviève) y Marie Lys (Yniold) –ambas excelentes–, el resto del reparto acusó de una dicción bastante irregular y, en ocasiones, ininteligible. Este, quizás, sería el único punto negativo de este Pelléas. La soprano noruega Mari Eriksmoen conjugó una cristalina y pura Mélisande, que emocionó por una delicada musicalidad –preciosa «Mes longs cheveux descendent jusqu’au seuil de la tou»– y un timbre cristalino, sin caer en amaneramientos y buscando la naturalidad de este canto declamado. Pelléas es un rol complejo por su ambigua tesitura, definido como barítono-Martin (por el cantante Jean-Blaise Martin, quien fue un barítono atenorado de amplia tesitura). Es en el cuarto acto donde Pelléas se la juega en la horquilla alta del registro y donde Jacques Imbrailo brilló especialmente, pero también en los primeros tres actos, donde gozó de la opulencia necesaria. Por su parte, el barítono británico Leigh Melrose conjugó un intenso Golaud, entregado escénica y vocalmente, a la perfidia que los celos le provocan. De gran contundencia vocal fue el Arkel del bajo británico Matthew Best, que ofreció un canto y porte aristocráticos, amén de un registro grave de cierta cavernosidad. No se equivocaba Cherkaoui en definir este espectáculo como Gesamtkunstwerk.
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