El paraíso del Lied

Vilabertran

22 / 08 / 2022 - Antoni COLOMER - Tiempo de lectura: 4 min

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andrèschuen-schubertiada-operaactual Andrè Schuen y Daniel Heide © Silvia PUJALTE
manuelwalser-schubertiada-operaactual Manuel Walser en la Schubertíada a Vilabertran © Silvia PUJALTE
Goerne Vilabertran /operaactual.com Matthias Goerne en un recital en la Schubertíada de Vilabertran © M. A.

Schubertíada a Vilabertran

Recitales de MANUEL WALSER, MATTHIAS GOERNE y ANDRÈ SCHUEN

30 aniversario de la Shubertiada

Obras de Franz Schubert. Manuel Walser, barítono. Akemi Murakami, piano. 18 de agosto de 2022.

Obras de Franz Schubert y Robert Schumann. Matthias Goerne, barítono. Alexander Schmalcz, piano. 19 de agosto de 2022.

Obras de Franz Schubert, Gustav Mahler y E. W. Korngold. Andrè Schuen, barítono. Daniel Heide, piano. 20 de agosto de 2022.

La 30º Schubertíada a Vilabertran llegó a uno de sus puntos culminantes (ver críticas anteriores 2022) con la programación, en días consecutivos, de los recitales de Manuel Walser, Matthias Goerne y Andrè Schuen. Tres barítonos de indiscutible calidad, poseedores de personalidades bien distintas y marcadas, que convirtieron la pequeña localidad ampurdanesa, y más concretamente su canónica, en el paraíso soñado por cualquier amante del lied. Fue el excepcional preludio al homenaje que la Schubertíada dedicó a Jordi Roch, su creador, la tarde del 21 de agosto.

Honestidad

Abrió el fuego el suizo Manuel Walser, quien debutó en la Schubertíada el año 2015 en una sustitución de última hora dejando, ya entonces, una muy grata impresión pese a su juventud. Desde aquella accidentada presentación el barítono ha vuelto en diversas ocasiones al certamen ampurdanés dando muestras, año tras año, de una evidente evolución vocal e interpretativa. En 2015 se presentó, nada más ni nada menos, que con Winterreise, precisamente el ciclo que ha vuelto interpretar en esta edición, lo cual permitió observar con detalle el proceso de maduración. Su voz, de tintes oscuros y aterciopelados, ha ganado en presencia y proyección, desplegándose con naturalidad en todos los registros. Tan solo, en algunas de las canciones de la primera parte del ciclo, se apreciaron ciertas desigualdades de emisión en la zona de pasaje al registro agudo, que sonó un tanto velado. No obstante, cabe la duda de que el cantante pretendiese utilizar intencionadamente ese recurso con finalidades expresivas, pues en la parte final la voz giró con naturalidad exhibiendo brillo y contundencia.

Más allá de detalles técnicos, Walser demostró ser un notable fraseador, con una gran capacidad narrativa y absoluta honestidad en la exposición, controlando en todo momento la gama dinámica y respetando la prosodia hasta el más mínimo detalle. Brilló especialmente en los lieder más intimistas, expresados con recogimiento y sinceridad conmovedoras, mientras que en las canciones más expansivas se echó en falta cierto vuelo, en buena parte debido al acompañamiento de Akemi Murakami. La pianista japonesa, colaboradora habitual de Walser, se mostró impecable en todo momento desde un punto de vista técnico, con perfecta articulación y atenta a las inflexiones del cantante, pero se mantuvo en un excesivo segundo plano en cuanto a sonido y expresión. Todo ello, unido al planteamiento recogido del cantante, desembocó en una lectura general del ciclo schubertiano rigurosa, intachable estilísticamente, pero a la que le faltó ese punto de trágica desesperación y grandeza que la obra requiere para resquebrajar el más duro de los corazones. Así pues, un notable Winterreise el de Manuel Walser que, a buen seguro, irá a más con el paso de los años.

Exorcismo

El reverso de la moneda de todo lo expuesto en el caso de Walser lo ofreció, al día siguiente, Matthias Goerne. Es de sobras conocida la especial vinculación del barítono de Weimar con la Schubertíada, certamen al que acude desde 1994. La de Goerne y el público de Vilabertran es una larga historia de amor durante la cual el cantante alemán ha regalado grandes noches y ha desgranado un repertorio infinito. Pero no cabe duda de que los momentos álgidos de esta relación se produjeron con sus interpretaciones de los ciclos de canciones de Franz Schubert que ha ofrecido en diversas ocasiones y en momentos muy distintos de su impresionante trayectoria.

"La sensación a estas alturas es que Goerne ya no canta para la audiencia sino para sí mismo, librando una lucha permanente por descifrar los más recónditos detalles de unas obras que ha cantado mil veces"

A diferencia de otros, Goerne ha sido un artista en permanente evolución y eso se observa en el tratamiento que, a lo largo de los años, ha desplegado de Die schöne Müllerin, Winterreise o Schwanengesang. Si, durante los primeros años, pese a la innegable personalidad que siempre ha exhibido, sus lecturas eran más convencionales, con el paso del tiempo Goerne ha profundizado en el elemento prosódico, situando el texto como núcleo central a partir del cual se definen tempos y dinámicas. Ese punto de partida, que se ha acentuado con los años, ha desembocado en versiones cada vez más contrastadas y radicales en sus planteamientos, como se pudo observar, una vez más, en el Schwanengesang que ofreció en este recital. Un recital que sufrió sustanciales cambios de última hora debido a la baja del pianista previsto inicialmente, el coreano Seong-Jin Cho. La consecuencia fue la incorporación de Alexander Schmalcz, habitual acompañante de Goerne a quien entiende como nadie, y un auténtico seguro de vida al teclado, así como variaciones en un programa que finalmente incluyó diversas canciones de Robert Schumann intercaladas entre las dos partes de la colección póstuma de Schubert.

En el espacio de la Canónica de Santa Maria de Vilabertran, cuyas resonancias favorecen el particular timbre del cantante, y ante un público que lo conoce desde hace años y le ha escuchado los ciclos de Franz Schubert en múltiples ocasiones, Goerne se transfiguró una vez más. La sensación a estas alturas es que el barítono ya no canta para la audiencia sino para sí mismo, librando una lucha permanente por descifrar los más recónditos detalles de unas obras que ha cantado mil veces. Una lucha visceral, por momentos torturada, una especie de exorcismo a través del cual el cantante pretende sonsacar lo más profundo de unas canciones plenas de dolor y desgarro. Goerne se contorsionó en todo momento como si ello formase parte de un ritual, marcó de manera más que elocuente sus intenciones al pianista, se desplazó por todo el escenario e incluso cantó algunos pasajes de espaldas al público como en estado de trance.

Todo ello se tradujo en unas interpretaciones en cierto modo autorreferenciales, en las que el contraste dinámico fue de una ferocidad apabullante. El fraseo y el legato en los pasajes en pianissimo y media voz sigue siendo hipnótico y cautivador, digno de un maestro, aunque el trayecto hacia el forte y fortissimo ha perdido la fluidez de años atrás y suena más seco y forzado. El resultado fue una interpretación más manierista, menos natural que antaño, no apta para todos los públicos, pero que ofreció, a cambio, destellos de genialidad solo al alcance de los elegidos.

Recital

Mientras Manuel Walser apunta a convertirse en uno de los más destacados liederistas en los próximos años y Matthias Goerne es ya una figura consagrada, la nueva estrella indiscutible del género se llama Andrè Schuen. Lo demostró ofreciendo un auténtico recital de clase, poderío vocal, dominio estilístico y expresividad que pasará, con justicia, a los anales de la historia de la Schubertíada. A sus 38 años, el cantante del Tirol italiano está en un momento de absoluta plenitud hasta el punto de dejar boquiabiertos a todos los asistentes durante casi dos horas verdaderamente emocionantes.

"Andrè Schuen jamás fuerza la expresión, una expresión que surge de la naturalidad con que expone el texto, el perfecto 'legato' y el dominio de un instrumento hermoso"

 

Junto al pianista Daniel Heide planteó un programa con obras de Schubert, Mahler y Korngold con un nexo temático centrado en los conceptos de la noche, la despedida y, finalmente, la muerte. En el primer bloque dedicado a Schubert se pudo certificar que el cantante se encuentra en un momento dulce tanto vocal como interpretativo. Prueba de ello fueron las exquisitas recreaciones de «Der liebliche Stern» o «Der Jüngling und der Tod», pero sobre todo una interpretación canónica del celebérrimo «Erlkönig». Sin gesticulaciones forzadas, retrató los diversos personajes y el drama del texto de Goethe con capacidad narrativa y potencia expresiva apabullantes. Pero lo mejor aún estaba por llegar.

De los distintos ciclos de Gustav Mahler, Kindertotenlieder se ha convertido en el menos habitual en los escenarios. Quizás por su temática o por su reconcentración introvertida es actualmente el menos popular entre los cantantes que no dejan de programar los Rückert-Lieder, Fahrenden Gesellen e, incluso, Des Knaben Wundenhorn. Por eso fue una bendición que Schuen y Heide se decantasen por el trágico ciclo compuesto en 1904 y que lo hiciesen con el lirismo y la profundidad con que lo hicieron. El barítono italiano jamás fuerza la expresión, una expresión que surge de la naturalidad con que expone el texto, el perfecto legato y el dominio de un instrumento hermoso, perfectamente colocado en la máscara, que se pliega a sus necesidades a voluntad. Durante las cinco canciones no dio puntada sin hilo, igual que un Daniel Heide espectacular al teclado. El pianista consiguió extraer una paleta de colores amplísima y muy personal jugando con los pedales, creando así el lecho sonoro ideal sobre el que Schuen se pudo balancear. En definitiva, una interpretación memorable.

Magníficas fueron también las versiones de un puñado de canciones de Erich Wolfgang Korngold procedentes de diversas de sus colecciones de los años veinte, momento de máxima creatividad del Wunderkind vienés. Tanto en la intimidad un tanto alucinada de «In meine innige Nacht» como en la emotiva «Was du mir bist», pianista y cantante se confabularon para mantener los estándares de calidad y emoción de la primera parte y a fe que lo consiguieron. «Nacht und Träume», de Franz Schubert. y dos propinas, entre ellas un «Morgen» de Strauss inolvidable, cerraron el programa de un recital que confirma a Schuen como un auténtico maestro del Lied. *Antoni COLOMER, crítico de ÓPERA ACTUAL