CRÍTICAS
INTERNACIONAL
El castillo interior de ‘las Carmelitas’ de Poulenc
Viena
Wiener Staatsoper
Poulenc: DIALOGUES DES CARMÉLITES
Nueva producción
Nicole Car, Michaela Schuster, Eve-Maud Hubeaux, Maria Motolygina, Bernard Richter. Dirección musical: Bertrand de Billy. Dirección de escena: Magdalena Fuchsberger. 27 de mayo de 2023.
La última nueva producción de la temporada de la Saatsoper de Viena ha supuesto también una primicia sorprendente: la compañía nunca había presentado Dialogues des carmélites en su versión original en francés. Y las últimas representaciones (en alemán) de este título de Francis Poulenc fueron hace 60 años, buena prueba de que aún hay mucho trabajo por hacer con las obras maestras de la ópera del siglo XX. Viena ha hecho bien en confiar la batuta a un habitual de la casa, Bertrand de Billy; el antiguo titular del Gran Teatre del Liceu ha sabido encontrar la combinación tan singular de la música de Poulenc, a caballo entre un misticismo envolvente y una sensualidad acariciadora, aliñada con unas gotas de ligereza y culminada por acentos abrasivos que subrayan la potencia trágica de la historia de esta comunidad de monjas carmelitas enviadas a la guillotina en pleno Terror revolucionario. Sin obviar la brillantez inherente a la orquesta vienesa, el director francés ha evitado caer en excesos de suntuosidad sonora a la vez que ha mantenido sin pestañear la tensión dramática del discurso, coordinando con mano firme a su multinacional reparto.
Nicole Car desplegó como Blanche una voz de soprano lírica con el cuerpo suficiente y un tercio agudo impecable que le permitía capear sin problemas los pasajes climáticos a la vez que ofrecía atinadas delicuescencias en un fraseo meticuloso; si el timbre no es excesivamente distintivo, la entrega absoluta de la intérprete en su recreación de los miedos de la protagonista merece todos los parabienes. Con sus pocas intervenciones, Madame de Croissy tiene más que suficiente para erigirse en uno de los pilares del drama, en especial en su terrorífica agonía. Michaela Schuster alternó un canto bien controlado con espasmos expresionistas que, si bien estuvieron al límite del exceso, contribuyeron al impacto innegable de su encarnación. Eve-Maud Hubeaux fue una Mère Marie que negoció con habilidad los extremos vocales que demanda Poulenc, en una interpretación que (en sintonía con la óptica del montaje) supo hacer palpable la evolución del personaje, desde el fanatismo de su defensa del martirio hasta su resolución por sobrevivir.
Voz joven y fresca, la destacada Maria Motolygina sin duda encontrará en el futuro más matices a una Madame Lidoine de noble serenidad, mientras que Maria Nazarova fue una Soeur Constance de manual (vivaz y cristalina). De la comunidad carmelita también cabe subrayar el trabajo de Monika Bohinec (Mère Jeanne) y Alma Neuhaus (Soeur Mathilde). Las voces masculinas ocupan un lugar secundario en la historia, lo cual no desmerece la labor de Michael Kraus (Marquis de la Force), Bernard Richter (un Chevalier de la Force que hizo honor a las intenciones de Poulenc al concebir el papel para un tenor mozartiano) y Thomas Ebenstein (un Padre Confesor inquietante).
La escenografía giratoria de Monika Biegler fue una brillante visualización de un concepto enunciado por una carmelita anterior a las protagonistas de la ópera de Poulenc: el castillo interior de Santa Teresa de Jesús. El convento se convierte en una gran estructura de madera con espacios a niveles diferentes, la morada donde vive encerrada hasta su violento destino la comunidad de monjas, todo ello presidido por un gran rosetón sobre el que se proyectan los vídeos de Aron Kitzig y sus reinvenciones de multitud de elementos iconográficos sacros.
El decorado permite a la directora de escena, Magdalena Fuchsberger, mostrar escenas paralelas e introducir elementos un tanto superfluos: una bailarina de blanco con casco alado y espada, contrapuesta a las figuras negras con máscara de animal que aterrorizan a Blanche. El miedo y la muerte son dos de los ejes centrales de una producción que opta por una acción más física de lo habitual, pero que cae en un exceso de simplismo con los personajes revolucionarios, reforzado por el vestuario de Valentin Köhler (evocando un siglo XVIII de aires psicodélicos). Las relaciones entre los personajes están bien caracterizadas y la historia sigue su curso sin baches hasta la terrible conclusión: por fin en hábito regular coronado con aureolas doradas y con el rostro oculto, las hermanas subsumen su individualidad en la comunidad para encontrar su destino fuera del castillo interior, destino al que solo escapan Mère Marie, superviviente orgullosa, y Blanche, desangrada en total soledad. * Xavier CESTER, crítico de ÓPERA ACTUAL
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