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La Covid no respeta ni a los demonios de Penderecki
Múnich
Bayerische Staatsoper
Penderecki: LOS DEMONIOS DE LOUDUN
Nueva producción en 'streaming'
Ausřine Stundyté, Ursula Hesse von den Steinen, Martin Winkler, Wolfgang Ablinger-Sperrhacke, Jordan Shanahan. Dirección musical: Vladimir Jurowski. Dirección de escena: Simon Stone. 27 de junio de 2022.
La producción inaugural del Festival de verano de la Ópera Estatal de Baviera, ahora bajo la égida del nuevo equipo rector del teatro muniqués, no ha podido evitar los embates de una Covid. Poco antes del estreno de Los demonios de Loudun (Die Teufel von Loudun) uno de sus protagonistas, Wolfgang Koch, daba positivo, con la complicación subsiguiente de buscar un reemplazo para un título infrecuente en las programaciones. La primera función, pese a todo, pudo llevarse a cabo, no así las dos siguientes, ante la extensión del virus entre el equipo técnico y artístico, con lo que esta crónica ha tenido que hacerse del streaming del estreno disponible en la web del teatro.
La programación en Bayerische Staatsoper de la primera ópera de Krzysztof Penderecki, estrenada en Hamburgo en 1969, encaja dentro de la línea marcada esta temporada por el intendente, Serge Dorny, y el director musical, Vladimir Jurowski, y su clara apuesta por grandes títulos del siglo XX. En paralelo a sus cualidades musicales, con un lenguaje angosto y sin concesiones, la obra del compositor polaco aborda temas plenamente vigentes hoy en día. Con libreto del mismo compositor a partir de un libro de Aldous Huxley, la trama aúna fanatismo religioso, histeria y manipulación política para retratar la caída de un sacerdote con irresistibles pulsiones sexuales, Urbain Grandier, acusado de actos demoníacos por Jeanne, la priora de un convento de ursulinas, despechada por no poder satisfacer con él sus propios deseos.
El director de escena Simon Stone afronta de cara esta contemporaneidad en un montaje de gran fluidez en el que el decorado giratorio de Bob Cousins facilita la rápida sucesión de escenas de la partitura. Este gran bloque grisáceo, iluminado de forma ominosa por Nick Schlieper, está poblado por un grupo humano reconocible en cualquier urbe actual gracias al vestuario de Mel Page. Stone sigue de forma bastante fiel el argumento de la obra, subrayando, en los dos extremos de las emociones planteadas, tanto el erotismo de las visiones de Jeanne como la brutalidad de la tortura a Grandier. El toque distintivo aparece en el final del segundo acto, el exorcismo de las monjas, luciendo eslóganes de la lucha feminista y de la reivindicación de la mujer al propio cuerpo especialmente relevantes hoy en día ante retrocesos como los del aborto en Estados Unidos. Pero si el exorcismo es una fake news, como se dice ahora, esta reivindicación también puede entenderse como una manipulación con fines espurios, en concreto al servicio del poder. Como afirma uno de los personajes clave de la obra, el Padre Barré, “el demonio no puede ser creído incluso cuando dice la verdad”. El montaje de Stone evidencia que solo hace falta demonizar al enemigo para que la verdad no cuente para nada. Un mensaje por desgracia bien vigente en la época actual.
Vladimir Jurowski dirigió con mano férrea la partitura de Penderecki, controlando en todo momento las explosiones más viscerales sin olvidar los numerosos pasajes en los que la música evoca atmósferas inquietantes y malsanas. Las formidables fuerzas estables del teatro de Múnich siguen luciendo al máximo nivel bajo su nuevo titular. La cercanía de la cámara muestra con claridad la alucinante presencia escénica de Ausřine Stundyté, sus miradas cargadas de sentido, su gestualidad siempre ajustada a cada situación. La soprano lituana fue una Jeanne de una fuerza expresiva devastadora, negociando sin problemas la contrastada tesitura del papel. Como anunció Dorny antes de la función, Múnich encontró no uno, sino dos substitutos para Wolfgang Koch en el papel de Grandier. En escena, el sacerdote fue encarnado de forma ajustada por el actor Robert Dölle, quien asumió también las frases recitadas del papel (de hecho, en la ópera hay muchas partes habladas), mientras que desde el foso el barítono Jordan Shanahan aportaba una voz clara y un fraseo noble que realzaba la estatura moral del personaje, pese a sus evidentes errores.
El extenso reparto mantuvo el nivel de excelencia propio de la compañía bávara. Ursula Hesse von den Steinen fue una comprensiva Hermana Claire, Danae Kontora (una Philippe de agudo luminoso) y Nadezhda Karyazina (Ninon) aportaron sensualidad vocal a las carnales tentaciones del sacerdote protagonista, Martin Winkler se recreó en el sadismo del exorcista Padre Barré, bien secundado por el cinismo sin contemplaciones del Baron de Laubardement de Wolfgang Ablinger-Sperrhacke, mientras que Kevin Conners (Adam) y Jochen Kupfer (Manoury) abrazaron con gusto las maquinaciones que provocan la desgracia de Granier.
Las dificultades afrontadas por la Ópera Estatal de Baviera no deberían ser obstáculo a que una producción de este nivel dé un nuevo impulso a este potente título de Penderecki. * Xavier CESTER, crítico de ÓPERA ACTUAL
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