CRÍTICAS
NACIONAL
De España a Cuba, viaje de ida y vuelta
Madrid
Teatro de La Zarzuela
Recital de LISETTE OROPESA
Debut en La Zarzuela
Obras de Francisco Asenjo Barbieri, Manuel de Falla, Astor Piazzolla, Joaquín Nin, Jorge Ankermann, Pablo Sorozábal, Ernesto Lecuona, Joaquín Rodrigo, Carlos Imaz, Manuel Penella y Gonzalo Roig. Rubén Fernández Aguirre, piano. 13 de diciembre de 2021.
El debut de Lisette Oropesa en el Teatro de La Zarzuela había suscitado una gran expectación por la categoría de la soprano norteamericana, una de las estrellas más rutilantes del actual paisaje operístico, pero también porque abordaba un repertorio nuevo para la artista, en el templo mismo de la lírica hispana. Oropesa, efectivamente, bien conocida por el dramatismo y la intensidad de sus interpretaciones así como por su coloratura de muy altos vuelos, ha decidido adentrarse en la zarzuela y la canción española, y ofreció un recital que se movió entre la música española y la cubana, con el añadido, un poco arbitrario, de una pieza para piano de Piazzolla a cargo del siempre entregado pianista Rubén Fernández Aguirre: bien es verdad que todo se le perdona a tan grandes artistas.
De los dos viajes que conformaban el recital, por tanto, el primero, de la ópera a la zarzuela y a la canción, fue probablemente el más complicado. Transitar de la zarzuela a la ópera es menos arriesgado, y da siempre buenos frutos, porque un cantante formado en el género español e hispanoamericano habrá ganado para siempre sutileza, capacidad de interpretación y de sugerencia, ironía y evocación. En el trayecto inverso hay que incorporar todo esto a la expresión y a la voz. Quizás Oropesa podría acercarse a Chueca: como ocurre con Mozart, una vez dominado –de verdad– el Tango de la Menegilda, se puede cantar absolutamente todo. Aún más peliaguda, si cabe, es la canción española, repertorio difícil donde los haya, y del que Oropesa cantó con gran elegancia y finura las Siete canciones de Manuel de Falla. No acabó de perfilar, en cambio, los infinitos matices, entre populares y despiadadamente aristocráticos, y tan sencillos como poco ingenuos, de la Montañesa y la Tonada del Conde Sol de Nin, y de los Cuatro madrigales amatorios de Rodrigo. A la gran artista le queda todavía algún camino que recorrer en este punto. Casi del todo cursado lo tiene, en cambio, en la zarzuela, sobre todo, y como es natural, en las romanzas más exigentes en el despliegue vocal, con virtuosismos extraordinarios, siempre incorporados al designio expresivo. Preciosa, llena de ternura y melancolía, la brillante interpretación de “En un país de fábula” de La tabernera del puerto de Sorozábal; conmovedora la “¡Bendita cruz…!” de Don Gil de Alcalá de Penella; y extraordinarias la “Mulata infeliz” de María la O de Lecuona y la “Habanera” de Bocetos de Cuba, de Ankermann, que devolvieron al Teatro de La Zarzuela ese aroma cargado de sensualidad y de evocaciones sureñas que nunca habría que olvidar al hablar de un género que resume y despliega como pocos la naturaleza de lo hispano.
Terminar con “¡Yo soy Cecilia Valdés!”, de Roig, fue toda una declaración de intenciones cumplidas, lograda a la perfección en las inflexiones, los cambios de ritmo, los colores, el control de las dinámicas… Y el buen humor y las ganas de divertirse. El público, como no podía ser menos, cayó rendido al encanto de la soprano que llegó a responder, con su inagotable simpatía… ¡Contando un chiste! Monumental y finísima, de una teatralidad sin límites, fue la presencia de Fernández Aguirre al piano: imprescindible sin duda, por su particular sensibilidad y su saber, en estos momentos de la nueva etapa de la carrera de Oropesa. * José María MARCO, corresponsal en Madrid de ÓPERA ACTUAL
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