Kirill Petrenko triunfa con una impactante ‘Dama de picas’

Baden-Baden

19 / 04 / 2022 - Xavier CESTER - Tiempo de lectura: 4 min

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damadepicas-operaactual-badenbaden (1) Doris Soffel (Condesa) y Arsen Soghomonyan (Hermann) © Festspielhaus Baden-Baden / Monika RITTERSHAUS
damadepicas-operaactual-badenbaden (2) Arsen Soghomonyan (Hermann) y Elena Stikhina (Lisa) © Festspielhaus Baden-Baden / Monika RITTERSHAUS
damadepicas-operaactual-badenbaden (3) Una escena de 'La dama de picas' de Moshe Leiser y Patrice Caurier © Festspielhaus Baden-Baden / Monika RITTERSHAUS

Festival de Pascua de Baden-Baden

Chaikovsky: LA DAMA DE PICAS

Arsen Soghomonyan, Elena Stikhina, Vladislav Sulimsky, Boris Pinkhasovich, Doris Soffel, Aigul Akhmetshina. Dirección musical: Kirill Petrenko. Dirección de escena: Moshe Leiser y Patrice Caurier. Festspielhaus, 15 de abril.

Tras el paréntesis obligado por la pandemia, Kirill Petrenko por fin ha podido debutar en una ópera escenificada en el Festival de Pascua de Baden-Baden, evento protagonizado por la Filarmónica de Berlín de la cual el director siberiano es titular desde 2019. Aunque sea un contrasentido, no deja de ser una lástima que el ilustre cargo comporte una menor presencia en los teatros líricos, porque estamos ante una de las batutas operísticas más imponentes de nuestro tiempo. Petrenko está siempre atento al escenario, dando entradas sin cesar, respirando con los cantantes, reaccionando raudo cuando la cuadratura se resiente. Estos factores son sólo el punto de partida, en este caso, de una lectura de La dama de picas de Chaikovsky de una plenitud musical y dramática aturdidora.

Desde los primeros compases, Petrenko subraya el carácter fatalista de la partitura, su romanticismo desesperado, que los pasajes más ligeros o decorativos, como el divertimento mozartiano, dibujados con el pincel más fino, no consiguen disipar. La tensión dramática no decae ni un solo compás bajo una dirección que no permite que la atención a infinidad de detalles instrumentales vaya en detrimento de la construcción global del discurso. Puestos a la tarea imposible de destacar algún pasaje de una versión excepcional, la escena de la decrépita Condesa, con su fantasmagórico acompañamiento, fue un buen ejemplo de teatro total, donde orquesta, cantante (una hipnótica Doris Soffel) y dirección de escena se hermanan en una suma superior a las partes por separado. Decir que la Filarmónica de Berlín es un lujo de orquesta es una obviedad innecesaria, pero no por ello sus escasas visitas al foso operístico deben ser menos celebradas. Si las maderas ofrecían deliciosas florituras, la cuerda fue la auténtica columna vertebral, con un sonido de una densidad envolvente que evocaba épocas pretéritas. El excelente Coro Filarmónico Eslovaco fue ganando en presencia a medida que podía cantar en una posición menos alejada, culminando en un coro de jugadores explosivo, mientras que los niños de Cantus Juvenum cumplieron sin problemas en un número cuyo texto, con su ardor guerrero en defensa de Rusia, hiela la sangre en el contexto actual.

"Arsen Soghomonyan posee las fuerzas suficientes como para llegar al final del via crucis emocional de Hermann sin perder ni un ápice de intensidad expresiva"

Si, por un lado, el Festspielhaus de Baden-Baden ha dado por finalizada su larga relación con el Mariinsky y Valeri Gergiev, por otro ha mantenido el carácter eminentemente ruso de la programación del Festival de Pascua, con un equipo artístico proveniente en buena parte del gran país del este, no en balde el mismo Petrenko ha advertido contra cualquier boicot a una cultura en su conjunto. Y, además, ha donado 100.000€ en ayuda a los refugiados de Ucrania. Sea como sea, la trágica guerra actual sólo tiene un eco tangencial en la producción de La dama de picas, con un coro de campesinas atemorizadas ante los niños-soldado con el trasfondo de vídeos de aldeas ardiendo.

Más allá de este apunte sin continuidad, el montaje de Moshe Leiser y Patrice Caurier se centra en los aspectos más sórdidos de un drama de personajes sin esperanza ni posibilidades de redención, en especial Hermann, solo desde el inicio, traumatizado y alcoholizado. El decorado a dos niveles de Christian Fenouillat sitúa la acción en un burdel regentado por la Condesa, el vestuario de Agostino Cavalca evoca la época del estreno de la ópera y la iluminación de Christophe Forey da una coloración expresionista a una acción en la cual el dúo de directores subvierten a conciencia las relaciones (y reacciones) de los personajes. Lisa es una prostituta que encuentra en Hermann la posibilidad de huir de su compromiso (más bien, compra-venta) con el sádico Yeletski, pero la obsesión del protagonista lo conduce al asesinato brutal, primero de la Condesa/madame, después de la propia Lisa (que no acaba en el río, sino, irónicamente, en una bañera). Leiser y Caurier aportan detalles nuevos a muchos personajes, como una Polina que es algo más que la amiga de Lisa o un Tomski abandonado por el efebo que le acompaña. Pese a algunas imágenes chocantes y/o superfluas (a gusto del espectador), el montaje gana en coherencia y fuerza a medida que avanza.

Los orígenes como barítono de Arsen Soghomonyan dejan su huella en un centro de tintes oscuros que no impide desplegar un agudo de notable impacto. El tenor armenio posee las fuerzas suficientes como para llegar al final del via crucis emocional de Hermann sin perder ni un ápice de intensidad expresiva, con un canto rico en matices al servicio del torturado protagonista. No menos atenta a las modulaciones del personaje estuvo Elena Stikhina, Lisa radiante y de instrumento de gran firmeza en todos los registros. Vladislav Sulimsky encarnó a Tomski con fraseo incisivo y enérgica presencia escénica, mientras que el legato elegante de Boris Pinkhasovich era el contrapunto perfecto a la puesta en escena desasosegante del aria de Yeletski. Otra de las pupilas de la Condesa de Doris Soffel era la Polina de voz opulenta de Aigul Akmetshina (su papel asumía las frases de la criada Masha), Margarita Nekrasova fue una Gobernanta de graves sonoros, y Yevgeny Akimov y Anatoli Sivko encarnaron unos buscadamente repelentes Tchekhalinsky y Surin. Un teatro no lleno del todo otorgó una cálida ovación a un reparto impecable, que se transformó en entusiasmo desbordante ante la salida de Kirill Petrenko.  * Xavier CESTER, corresponsal internacional en ÓPERA ACTUAL