CRÍTICAS
NACIONAL
'Carmen' y su regreso al Maestranza. Mereció la pena la espera
Sevilla
Teatro de La Maestranza
Bizet: CARMEN
Sandra Ferrández, Antonio Corianò, Jean-Kristof Bouton, Raquel Lojendio, Felipe Bou, César Méndez, Manel Esteve, Moisés Marín, Laura Brasó, Anna Gomà, Fernando Estrella. Coro de la AA del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección musical: Anu Tali. Dirección de escena: Calixto Bieito. 29 de mayo de 2021.
Si existe una ciudad en el mundo en la que levantar el telón de Carmen fuera un empeño especialmente delicado, esa es Sevilla. Quizás por ello, y por otros tantos motivos que, hay que decirlo, se escapan al entendimiento general, el Teatro de La Maestranza había postergado tanto el regreso de este título icónico de la ópera tan explícitamente relacionado con la capital andaluza. Exactamente, 30 años. Y, finalmente, no se ha hecho de la manera en la que anteriores gestores y directores del teatro quisieron. La misma en la que insistía el actual responsable del coliseo, Javier Menéndez, es decir, con una producción propia que tendrá que seguir esperando. Un encargo a Emilio Sagi que por cuestiones económicas derivadas, ahora, de la pandemia, ha quedado aplazado.
Seguramente el día que se pueda contemplar la visión de Sagi en el Maestranza esta será, desde luego, mucho más amable que la de Calixto Bieito. Es un vaticinio. Pero, en lo importante, esta no es «la Carmen de Bieito» como hay quienes afirman con malicia refiriéndose a la ya casi legendaria producción del director español, porque esta es la Carmen de Mérimée por derecho propio pero ahormada a una realidad de telediario. Una propuesta teatral engrasada hasta la última tuerca que lleva dos décadas representándose por medio mundo. Probablemente la mejor o, si no, una de las mejores que hoy puede fichar un teatro. Un montaje que vuelve a defender que la ópera es drama, teatro, pero del de verdad, del que traspasa por lo que se cuenta y no solo por lo que se canta. Cierto que Bieito no se expresa aquí con toda la virulencia que le caracteriza; acaso como constreñido por un título que sabe perteneciente al imaginario popular y que iban a ver tantas miles de personas. Es un Bieito eficaz pero contenido, con una Habanera cantada en medio de una situación de acoso múltiple que no llega a sustanciarse, una violación inicial que tiene más de amenaza que de abuso palmario, con un desnudo velado en la trasera del escenario y ya se representa (¡fina pero trágica censura del siglo XXI!) tras la poda que hizo de las escenas en las que implicaba a la bandera de España en usos dudosos. Y, aun así, esta Carmen de testosterona, legionarios embrutecidos, machismo de consecuencias trágicas y trapicheadores por doquier funciona como un mecanismo de precisión a la hora de inquietar y apelar al público por encima o a la misma vez que las archiconocidas melodías de Bizet.
Las circunstancias (un brote de Covid felizmente controlado entre algunos miembros del equipo) quisieron que fuera el reparto alternativo el que estrenara estas funciones, y no el primer cast. Fue por ello que primero pudo verse a una Carmen rubia interpretada por Sandra Ferrández. La suya demostró ser una voz de timbre oscuro y excelente centro que le permitió redondear un personaje más dramático que pirotécnico, más hacia dentro, muy acorde con la producción. Cierto es que en algunos momentos puedo echarse de menos una voz de proyección más potente y menos homogénea, pero Ferrández tendrá que seguir probando hasta dónde puede llevar a este fascinante personaje. Por ahora pudo hacer disfrutar, especialmente, con «Les tringles des sistres tintaient», en el segundo acto y con una Habanera cantada con buen fraseo y variedad expresiva. Ferrández junto al Don José de Antonio Corianò llevaron al máximo nivel dramático el dúo final. Antes, el tenor italiano se desenvolvió como una voz comedida, que se temía que pudiera caer en cierto estrangulamiento que felizmente no se produjo, fraseando además con total comodidad «La fleur que tu m’avais jetée».
En el terreno de lo correcto quedó el Escamillo de Jean-Kristof Bouton, barítono lírico de graves más sutiles que acentuados y que, sin hacer una mala función, no logró despegar. Globalmente, a quien más pudo apreciarse en su canto fue a la soprano Raquel Lojendio, que se metió en la piel de Micaëla para afrontar una de sus mejores noches, si no la mejor, en el escenario del Maestranza. Fue la suya una voz de gran proyección y expresividad en la línea de canto, con una ejecución matizada y llena de carácter en «Je dis, que rien ne m’épouvante».
Hubo solvencia y buen teatro en Mercédès (Anna Gomà) y Frasquita (Laura Brasó), así como en el resto de secundarios, como el barítono César Méndez (Moralès), el siempre en su sitio Felipe Bou (Zuniga) o en los agitados traficantes encarnados por Moisés Marín y Manel Esteve. El Coro del Maestranza acusó ciertos desajustes con la orquesta y fueron acompasándose con el devenir de la representación, mientras que resultó excelente el regreso al escenario de la Escolanía de Los Palacios. En el podio, la estonia Anu Tali dirigió atenta a cada inflexión con un movimiento casi frenético de brazos que cuidó acentos y moldeó densidades, obteniendo un resultado óptimo por parte de la Sinfónica de Sevilla.