Canciones para la eterna juventud

Madrid

19 / 05 / 2022 - José María MARCO - Tiempo de lectura: 3 min

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andreschuen-zarzuela-cndm-operaactual-2.jpg André Schuen en un momento del recital © CNDM / Rafa MARTÍN
andreschuen-zarzuela-cndm-operaactual-2.jpg André Schuen y el pianista Daniel Heide © CNDM / Rafa MARTÍN

Centro Nacional de Difusión Musical

Recital de ANDRÉ SCHUEN

XXVIII Ciclo de 'Lied'

Obras de Franz Schubert, Gustav Mahler y Erik Wolfgang Korngold. Daniel Heide, piano. Teatro de La Zarzuela, 17 de mayo de 2022.

Para su nueva aparición en el Ciclo de Lied del Teatro de La Zarzuela, el barítono André Schuen y su inseparable Daniel Heide, excelentes programadores, seleccionaron un conjunto de canciones de autores austríacos, todas en torno a dos motivos románticos: la noche y la despedida. Lo conformaban cuatro bloques, con Schubert de apertura y cierre y, en medio, Mahler y una selección de Lieder de Korngold.

Se conoce el maravilloso Schubert de Schuen: juvenil, generoso, a veces descarado e ingenuo, pero sabiendo derivar –como en An den Mond (A la luna), esa joya de arranque casi rococó y final abismal– hasta la melancolía, la rabia y la desesperación: nunca del todo nihilista, eso sí, porque ni el cantante ni su compañero pierden cierta frescura vital que da a sus recitales una tonalidad única: privilegios de la juventud, milagrosamente preservados por el arte. De esta lectura muy propiamente humana de las canciones de Schubert fue un gran ejemplo el encantador de Der lieblich Stern (La dulce estrella). Esta oscilación, tan bien expresada gracias a un instrumento dúctil, de timbre bellísimo, adictivo, que sube al agudo con una facilidad asombrosa y apiana sin problemas, desembocó en un monumental, tremendo Erlkönig (El rey de los alisios), con todo el despliegue de voces que caracteriza a este melodrama en miniatura en la que cada personaje –el padre, el niño y la muerte– requiere un color y una articulación propias. Terrorífica interpretación, sin miedo a los excesos emotivos, que tal vez anuncia, para más adelante, incursiones en territorios operísticos inéditos en la carrera del cantante.

"La selección de canciones de Korngold, autor demasiado poco frecuentado, dio un nuevo giro al recital, como si se recuperara la esencia del 'Lied' con melodías sencillas"

Al volver a Schubert, al final del recital, se encontrarían matices muy distintos, esta vez concentrados en los adioses, con la casi clásica Die Mutter Erde (La madre Tierra), la delicada melancolía de Nachtviolen (Violetas nocturnas) y por fin la definitiva Nacht und Traüme (Noche y sueños), con la voz en pianísimo disolviéndose en la inmensidad nocturna. Los Kindertotenlieder (Canciones de los niños muertos) requieren otra forma de expresividad, más expresionista y extrovertida –hasta el punto de que a veces, y Schuen lo consiguió, la orquesta debe escucharse en la voz– pero también con momentos de una intimidad depurada, como en Nun seh’ich wohl… (Ahora ya entiendo…). Bien es verdad que después de los abismos schubertianos, Mahler, incluso este, tan íntimo, suena un poco a bibelot de salón fin de siglo. La selección de canciones de Korngold, autor demasiado poco frecuentado, dio un nuevo giro al recital, como si se recuperara la esencia del Lied con melodías sencillas, como la exquisita Was du mir bist (Qué eres para mí). También hubo algún paseo por la atonalidad, como en la preciosa In meine innige nacht (En el corazón de mi noche) con la voz vagabundeando, con una libertad muy propia de Schuen, un poco por encima de un piano indefinido.

El despliegue de medios y la espontaneidad del cantante, tan inmediata y tan atractiva, requieren un piano atento, disciplinado pero con la misma libertad y la misma musicalidad del cantante. Se entiende por qué el gran Daniel Heide resulta tan buen compañero. Éxito importante, con los dos artistas braveados como en un recital operístico.  * José María MARCO, corresponsal en Madrid de ÓPERA ACTUAL