CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Bolena hace aguas en el Grand Théâtre
Ginebra
Grand Théâtre Genève
Donizetti: ANNA BOLENA
Nueva producción
Elsa Dreisig, Stéphanie d’Oustrac, Alex Esposito, Edgardo Rocha, Lena Belkina, Stanislav Vorobyov, Julien Henric. Dirección musical: Stefano Montanari. Dirección de escena: Mariame Clément. 11 de noviembre de 2021.
El director del Grand Théâtre de Ginebra, Aviel Cahn, que acaba de renovar su mandato hasta 2029, se ha propuesto presentar las tres óperas más célebres del ciclo Tudor de Donizetti –Anna Bolena (por primera vez en el teatro ginebrino), Maria Stuarda y Roberto Devereux– durante ésta y las próximas temporadas, con el mismo cast y mismo equipo artístico escénico y musical. La cosa pintaría muy bien si se contara con las voces adecuadas, hasta ahora reservado con éxito a grandes nombres como Leyla Gencer, Montserrat Caballé, Edita Gruberova, Mariella Devia, Beverly Sills o, más recientemente, Sondra Radvanovsky, entre otras.
Y bien, este no será el caso de Elsa Dreisig, soprano franco-danesa muy competente que ha dejado constancia de su buen hacer con sus interpretaciones mozartianas y los éxitos cosechados con Manon en Zúrich y París. Pero a Dreisig le falta mucho para poder llevar a buen puerto a Bolena, quizá el papel más complejo vocal e interpretativamente de los tres de la Trilogía. Ganas le pone, pero ni el instrumento es el adecuado –voz carente de peso, con un registro grave inexistente y agudos blanquecinos carentes de armónicos y siempre estrangulados– ni su aproximación interpretativa, que queda en mera superficialidad al estar tan sujeta a los escollos de la partitura. Intentó frasear bien y, en ocasiones, imprimió cierta musicalidad al pathos donizettiano, como en “Al dolce guidami”, aunque no mucho más allá. Quizá con Maria Stuarda le pueda ir mejor, pero visto lo visto, no se prevén las mejores garantías con Roberto Devereux.
A su lado, la Giovanna Seymour de la siempre competente Stéphanie d’Oustrac tampoco terminó de convencer; si bien estuvo muy pendiente del fraseo y la intencionalidad, su Seymour sonó forzada en varias ocasiones, desdibujando una prestación que prometía cierta sublimidad. Y es que d’Oustrac convenció en una sentida, elegante y matizada “Per questa fiamma indomita”, pero se obstinó en engrosar su instrumento, sobre todo en los dúos con Enrico y Anna –este dúo tan esperado, que pasó sin pena ni gloria–, y ello afearía su prestación con una voz oscilante y estridente. Por su parte el Percy de Edgardo Rocha fue un alarde de finesse y control técnico, derrochando agudos –recuperando la tesitura y agudos originales de la versión que estrenaría Rubini–, mejorando en seguridad y aplomo su debut en el rol en Lausana. En Ginebra lo que ocurrió es que el teatro es de mayor capacidad al de su ciudad vecina y la proyección de Rocha quedó algo mermada: canta fantásticamente bien, pero el instrumento y su proyección son lo que son.
El Enrico VIII del bajo-barítono italiano Alex Esposito estuvo en todo momento a un nivel óptimo y con una interpretación de cuidada línea y no exenta de contundencia dramática. Por su parte, Lena Belkina (Smenton), a pesar de verse obligada por la dirección de escena a realizar una absurda masturbación que afectaría a la interpretación de su aria “Ah! Parea che per incanto” en forma de orgasmo musical, dibujó un paje de total solvencia y de cuidado estilo.
La dirección de escena de Mariame Clément merece un capítulo a parte. Si bien al inicio prometía cierto efectismo dramático, lo cierto es que llegó a martillear tanto con el concepto de la visión de Isabel de niña y el recuerdo en su madurez, ya como reina, que perdió todo fuelle de teatralidad. Una idea original pero que quedó a medio hacer, con añadidos absurdos como la mencionada masturbación de Smenton, el retrato de Bolena que el paje lleva encima, en formato óleo 50×50, o ese ciervo gigante moribundo en el salón del pabellón de caza. Todo ello enmarcado por maderas para reforzar esos recuerdos de Isabel reina a través de inmortales obras pictóricas.
La dirección del italiano Stefano Montanari tampoco ayudó mucho a otorgarle coherencia dramático-musical a esta Bolena. Montanari, en el que fue su primer acercamiento a Anna Bolena y a un Donizetti dramático, quiso innovar en su lectura aportando algunos cortes e incorporando un pianoforte para reforzar ciertos recitativos y escenas. El maestro ravenés aseguró que el pianoforte se utilizó en las primeras funciones de Bolena y por ello quiso recuperar este instrumento para su versión en Ginebra. Hubiera sido bueno, en cualquier caso, que ello también se tradujera, entonces, en utilizar instrumentos de época para el resto de la orquesta. Pero es que además, a pesar de que la Suisse Romande es una excelente orquesta –¡que bien suenan las cuerdas y las maderas!–, su lectura no aportó demasiado a una interpretación que, salvo excepciones, hacía aguas. * Albert GARRIGA, corresponsal en Ginebra de ÓPERA ACTUAL
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