CRÍTICAS
NACIONAL
Bienvenida y reencuentro en la Schubertíada
Vilabertran
Schubertíada a Vilabertran
Recitales de MARLIS PETERSEN y CHRISTOPH PRÉGARDIEN
Obras de Weigl, R. Strauss, Brahms, Wolf, Sommer, Reger, Liszt, Fauré,Hahn, Duparc, Rössler y Mahler. Marlis Petersen, soprano. Stephan Matthias Ladermann, piano. 11 de agosto de 2022.
Obras de Schubert, Wolf y Schumann. Christoph Prégardien, tenor. Julius Drake, piano. 12 de agosto de 2022.
La Schubertíada a Vilabertran ha llegado a su 30ª edición en un magnífico estado de salud y en plena expansión de la marca por diversos territorios del estado español, fenómeno poco habitual por estos lares. El certamen creado por Jordi Roch -uno de los grandes emprendedores musicales de nuestro país al que este año el festival rendirá tributo-, actualmente dirigido por Víctor Medem, se ha consolidado durante todos estos años como cita ineludible de los amantes del Lied y la música de cámara, apostando indisimuladamente por el rigor en la programación y la excelencia de sus propuestas. Así pues, la cita anual en Vilabertran comporta, por un lado, el descubrimiento y presentación de nuevas voces liederísticas y, por otro, el reencuentro con público e intérpretes habituales de la Schubertíada.
Ese fue el caso en los dos primeros recitales de este año que estuvieron protagonizados por la soprano Marlis Petersen, que subía por primera vez al escenario de la canónica de Santa Maria de Vilabertran, y un Christoph Prégardien que ya participó en la primera edición de la Schubertíada el verano de 1993 y que es uno de los intérpretes más queridos por el público ampurdanés. Circunstancias, pues, muy diversas para dos recitales liederísticos tan notables artísticamente como distintos en cuanto a las características de los intérpretes y sus planteamientos generales.
La soprano alemana, acompañada por el pianista Stephan Matthias Lademann, abrió el fuego de la 30ª Schubertíada apostando por un programa estructurado en un prólogo y cuatro bloques que buceaban en los mundos interiores del ser humano, partiendo del sueño para llegar a la trascendencia espiritual a través del amor. Un programa laboriosamente construido a nivel dramatúrgico que, además, incorporó piezas de algunos compositores tan poco divulgados como Karl Weigl (1881-1949), Hans Sommer (1837-1922) o Richard Rössler (1880-1962). Esta focalización en el elemento temático por encima de la cohesión musical dificultó un tanto la conexión entre artistas y público, especialmente en una primera parte en la que Stephan Matthias Lademann se mostró demasiado cauteloso y en segundo plano. Afortunadamente, las cosas cambiaron a medida que el recital avanzó, con un Lademann más afianzado y una Marlis Petersen que silenció la iglesia con el «Urlicht» mahleriano que cerró el programa y un «Träume», de los Wesendonck Lieder solo al alcance de las grandes cantantes.
Marlis Petersen ha combinado siempre el repertorio liederístico con el operístico, género este último en el que ha evolucionado desde sus inicios como soprano ligera, cuando destacó en roles como la Reina de la noche, hasta una gloriosa madurez en la que ha abordado con éxito papeles como la Mariscala de El caballero de la rosa e incluso una aclamada Salome dirigida por Kirill Petrenko en Múnich. Una progresión que ha llevado a cabo con éxito gracias a un instrumento atractivo dotado de mucho metal, elemento clave para traspasar la grandes orquestaciones straussianas. Pese al volumen adquirido, la voz se mantiene fresca y dúctil, permitiendo a la intérprete manejarse bien en la vertiente intimista y lucirse en la más expansiva. Prueba de ello fue un magnífico bloque francés (Hahn, Duparc, Fauré) y las estelares piezas finales ya comentadas.
En coordenadas muy distintas se ha desarrollado la carrera del tenor Christoph Prégardien, gran especialista en el campo del oratorio y la música barroca y maestro en el género liederístico. A sus 66 años y tras una larga carrera, el cantante alemán no atesora los recursos vocales de antaño, que tampoco fueron nunca espectaculares. Lo que posee en grado sumo, y aún más con el paso de los años, es la naturalidad en el fraseo de los grandes. El fiato empieza a escasear y el registro agudo suena tirante en general, pero poco importa todo eso ante el alud de sabiduría y sensibilidad del intérprete.
Con la sumamente exigente «Wilkommen und Abschied» de Franz Schubert arrancó el recital, poniendo al límite los recursos del cantante. Una decisión arriesgada, pero que pareció situar en el punto justo la voz de Prégardien que, a partir de ese momento, fluyó con timbre asombrosamente juvenil por la nave de la iglesia. Dos preciosas versiones de «Alinde» y «An die Laute», matizadas hasta el último detalle, cerraron el primer bloque dedicado a Schubert que dio paso a otro dedicado a Hugo Wolf en el que destacaron sobremanera unas sensacionales recreaciones de «Anakreons Grab» y «Ganymed».
En la segunda parte el protagonismo fue para Robert Schumann y su celebérrimo Dichterliebe que, en manos de Prégardien y un Julius Drake encendido, pareció haberse compuesto ayer. Ambos intérpretes, en estado de gracia y con complicidad evidente y absoluta, se lanzaron sin red a redescubrir el universo romántico de los poemas de Heine redefinidos por Schumann. Se hizo evidente en todo momento que Prégardien y Drake, Drake y Prégardien, disfrutaron como niños, como también todo el público asistente que los despidió en pie y tras una larga ovación.*Antoni COLOMER, crítico de ÓPERA ACTUAL
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