Bienvenida 'Vestale', ópera fundamental

Viena

26 / 11 / 2019 - Xavier CESTER - Tiempo de lectura: 3 min

Print Friendly, PDF & Email
Spontini Una imagen de la producción de Johannes Erath © Theater an der Wien / Werner KMETITSCH
Spontini Elza van den Heever fue una convincente Julia © Theater an der Wien / Werner KMETITSCH
Spontini Michael Spyres interpretó a Licinius con elegancia © Theater an der Wien / Werner KMETITSCH

Theater an der Wien

Spontini: LA VESTALE

Nueva producción

Elza van den Heever, Claudia Mahnke, Michael Spyres, Sébastien Guèze, Franz-Josef Selig. Dirección: Bertrand de Billy. Dirección de escena: Johannes Erath. 23 de noviembre de 2019.

El programa de mano de la nueva producción de La Vestale lo reconocía sin ambages: la obra maestra de Spontini es el “eslabón perdido” entre Gluck y Berlioz. O también con Meyerbeer, Verdi o Wagner, con lo cual llama más la atención que la importancia histórica de la obra no acabe de casar con su escasa presencia en las programaciones. La iniciativa del Theater an der Wien, siempre atento a explorar los recovecos del repertorio, es, por tanto, más que bienvenida, sobre todo dada la alta calidad musical de la propuesta.

"Michael Spyres es un tenor que se mueve como pez en el agua en el repertorio galo del siglo XIX. La tesitura central del papel no le supuso ningún impedimento para desplegar un timbre sedoso y una línea de una elegancia extrema"

Bertrand de Billy supo encontrar el equilibrio preciso en una música que, bebiendo de la nobleza de expresión de Gluck, empieza a mostrar ecos de una emotividad de corte romántico (la historia de la pugna de pasiones individuales contra los constreñimientos sociales así lo propicia). La lectura del director francés también navegó con mano firme por una estructura que se aleja de los números cerrados para apostar por una mayor fluidez musical y dramática, a la vez que subrayó la rica escritura instrumental, como en los ballets que cierran los actos primero y tercero, de esta ópera estrenada en el París napoleónico. Pequeñas precipitaciones no afectaron de forma significativa una notabilísima versión que contó a su favor con la labor excelente de la Sinfónica de Viena (a remarcar el trabajo de las maderas) y de un Coro Arnold Schönberg tan entregado a nivel escénico como preciso a nivel musical.

Maria Callas sigue siendo, tras la resurrección de la obra (en italiano) en 1954, el principal referente en el exigente papel de Julia. Por descontado, Elza van den Heever se mueve en otros parámetros, pero la voz plena, extensa y dúctil de la soprano sudafricana ofreció una encarnación del todo convincente de la joven vestal que se debate entre el deber y el amor. Una dicción francesa más incisiva no hubiera estado fuera de lugar, sobre todo al lado del Licinius de Michael Spyres, tenor que se mueve como pez en el agua en el repertorio galo del siglo XIX. La tesitura central del papel no le supuso ningún impedimento para desplegar un timbre sedoso y una línea de una elegancia extrema. Claudia Mahnke abordó con pericia la escritura un tanto abrupta de la Grande Vestale, Franz-Josef Selig fue un Souverain Pontife de voz imperiosa, mientras que Sébastien Guèze aportó un canto expansivo (a veces poniendo en riesgo la afinación) a un Cinna que el montaje plantea como una especie de versión juvenil de Licinius. De aquí a caracterizarlo como un gimnasta en perpetuo ejercicio hay un buen trecho.

La tesis subyacente a la producción de Johannes Erath es perfectamente válida, mostrar el sometimiento uniformador de los sentimientos individuales por parte de diversos poderes (religioso, social, familiar). Para llevarlo a cabo, Erath bombardea con tal dispersión de imágenes y referentes que el espectador acaba perplejo, desbordado o irritado (o todo a la vez). Una águila disecada, números coreografiados como en una revista, personajes en transformación continua (Mahnke y Selig se llevaron la palma, de institutriz castradora a cardenal baboso), una obsesión por parte de Julie que desemboca en una imagen enorme de la Virgen María, la aparición regular de los técnicos de sala para mover elementos del decorado de Katrin Connan, un vestuario de Jorge Jara que evoluciona del blanco y negro a los colores horteras del final son solo algunos de los elementos de una producción con extremos risibles hasta una conclusión en la que dos jóvenes empiezan a revivir, como en un bucle infernal, el drama de los protagonistas. Por suerte, el drama musical estuvo mejor servido.