CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Bieito y su 'Lohengrin' de otro mundo
Berlín
Staatsoper unter den Linden
Wagner: LOHENGRIN
Nueva producción. Por televisión.
Roberto Alagna, René Pape, Vida Mikneviciute, Martin Gantner, Ekaterina Gubanova, Adam Kutny. Dirección: Matthias Pintscher. Dirección de escena: Calixto Bieito. 13 de noviembre de 2020.
Seguir un estreno por streaming o por televisión es como estar sentado en la primera fila del patio de butacas, donde se ve todo más cercano pero con menos campo de visión, en este caso, guiado por la secuencia que decide el realizador. Tampoco el sonido es similar al que circula en un teatro lleno hasta la bandera y aún menos cuando el televisor no es de última generación. Sin embargo, vistas las circunstancias, la Staatsoper Unter den Linden ha optado por estrenar la nueva producción de Lohengrin sin público y emitida por la cadena de televisión franco-alemana Arte, que lo mantendrá disponible en su mediateca durante un mes.
Desde la distancia que impone el televisor, la impresión es que Roberto Alagna, la estrella de esta producción firmada por Calixto Bieito y dirigida en el foso por Matthias Pintscher, sigue en plena forma, pero, no obstante, no es un cantante propiamente wagneriano. En efecto, despertaba curiosidad escuchar a Alagna cantar Wagner por primera vez, después de que en 2018 cancelara su aparición en Bayreuth, también como Lohengrin, por «exceso de trabajo» y por «no sentirse preparado». Las malas voces decían que no lograba aprenderse su papel en alemán y chocaba con el siempre complicado director Christian Thielemann. El caso es que, en este segundo intento, Alagna demostró saberse el libreto a la perfección, pero su vocalización transparente no consiguió captar en profundidad los recovecos del acento alemán. Así, su porte era la de un caballero llegado de otro mundo, como su talento y excelente técnica vocal, pero este no es el propiamente wagneriano.
Su pareja de reparto, la lituana Vida Mikneviciuté (Elsa) estuvo estilísticamente por delante, incluso en el gran dúo del tercer acto y pese a que el tenor lo cantó con devoción y hermosa expresión. Aquí, de nuevo, Alagna priorizó la línea melódica a la precisión de la armonía germánica, quizá también mermada por los altavoces del televisor, como si quisiera demostrar en exceso que Lohengrin, efectivamente, es la ópera más italiana de Wagner.
Mikneviciuté, que sustituía a Sonya Yoncheva, repentinamente indispuesta, debutó el papel más familiarizada con el repertorio alemán. Sus primeros planos cinematográficos mostraban a una solista plenamente concentrada en el papel, que sentía y padecía como Elsa. A pesar de esta identificación, no supo captar por completo la esencia del personaje, ya que su voz vibró demasiado en los graves y, cuando parecía controlar el vibrato intenso, los agudos silenciaban el registro medio. A René Pape (Heinrich der Vogler) no se le percibieron distorsiones en la pequeña pantalla, moviéndose soberanamente desde la profundidad del grave al agudo con pasmosa naturalidad y precisión. Ciertamente sus dotes como actor son más menguadas, pero en este caso jugaron a su favor, ya que la producción de Bieito es estática y la figura del rey es un hombre vestido con smoking y enfermo de Parkinson.
El barítono alemán Martin Gantner (Friedrich von Telramund) sonó brusco en los acentos y empujó la villanía del personaje con tonos demasiado rígidos y rápidos. En contrapartida, exhibió constancia vocal, en consonancia con la maléfica Ortrud de Ekaterina Gubanova. Impecable en el canto, las cámaras mostraron a una Ortrud sobreactuada, intentando rebajar el arte de la seducción a lo libidinoso y la fuerza del hechizo al poder de lo erótico, una exigencia sin duda del regidor. Bieito ha demostrado ser capaz de saltar de lo burdo a lo sofisticado, pero le cuesta o no quiere dejar de jugar a la provocación.
En este Lohengrin de corte surrealista hay, naturalmente, sangre, y también un coro reducido que hace de oficinistas, de pueblo y de payasos, una celda con barrotes, un graderío con muñecos sin extremidades, pancartas por el amor y la paz, además de proyecciones bellas, pero sin engranaje en la rueda. La Staatsoper había declarado a la prensa alemana que Bieito plasmaría los valores de justicia y democracia en una sociedad que tiene todos los recursos a la información a su alcance pero que se mueve en la oscuridad. Lohengrin, decía el comunicado, demuestra la confianza de creer en algo cuando nadie sabe lo que pasará y es difícil distinguir entre lo cierto y lo fake. Ahora bien, los telespectadores solo pudieron ver un escenario a retazos y aburrido, primeros planos, un coro estático, la imagen del útero de una mujer embarazada tomada de Joseph Beuys, una mujer negra alumbrando un cisne blanco, trajes de chaqueta, una sociedad de clases marcada por el vestuario, un rey elegante pero enfermizo, un heraldo real ridículo, una jaula por la que pasan casi todos y una planta de hierbas aromáticas pasando de manos. Una disparidad de elementos cuyo significado se hace difícil de comprender por el televidente y que no ayudan a seguir esta grabación desde casa sin interrupciones.
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