CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Bieito sube a escena la vacuidad de los poderosos
Ámsterdam
Dutch National Opera
Händel: GIULIO CESARE IN EGITTO
Nueva producción
Christophe Dumaux, Teresa Iervolino, Cecilia Molinari, Julie Fuchs, Cameron Shahbazi. Dirección musical: Emmanuelle Haïm. Dirección de escena: Calixto Bieito. 22 de enero de 2023.
La ópera barroca y la Roma antigua han ocupado los últimos meses de actividad de Calixto Bieito. Tras Eliogabalo de Cavalli en Zúrich, Ámsterdam ha acogido un nuevo montaje de Giulio Cesare in Egitto de Händel, coproducido con el Gran Teatre del Liceu. Los grandes temas, el poder y el sexo, o cómo con uno se consigue el otro, que aborda una de las obras maestras del caro sassone encajan de lleno con la mirada nada complaciente de Bieito hacia la sociedad actual. Este mismo encaje, sin embargo, facilita que en demasiadas ocasiones el montaje parezca funcionar con el piloto automático. Simplificando al máximo, un grupo de poderosos poco agradables se dedican a hacerse cosas poco agradables los unos a los otros. El problema no es mostrar escenas violentas o refriegues corporales de relativa carga erótica, sino calibrar hasta qué punto contribuyen a una experiencia más intensa del drama händeliano. En este caso, no mucho, lo cual no implica que, como gran hombre de teatro que es, Bieito no aporte aquí y allá destellos brillantes que compensan el recurso a soluciones típicas.
Uno de los principales puntos fuertes de la producción es el tono irónico que esta adopta en muchos pasajes, aunque el decorado de Rebecca Ringst, reforzado por la iluminación de Michael Bauer, es, de entrada, inquietante: una gran construcción cuadrangular en medio del vacío, una enorme jaula tecnológica (inspirada, informa el programa de mano, en el pabellón de Arabia Saudita en la Expo 2020 de Duba) que gira y se levanta por uno de sus lados para poder mostrar las proyecciones de Sarah Derendinger, mientras que sobre su techo inclinado en algún momento cantan diversos solistas sin vértigo. A las relaciones de poder, manipulación y seducción ya presentes en el libreto, Bieito añade alguna perspectiva intrigante, en especial la relación enfermiza entre una Cornelia menos pasiva que de costumbre y su hijo Sesto.
Aunque el marco espacial es neutro, Bieito recuerda no sin humor que la acción pasa en un país desértico. La aparición de Cleopatra en “V’adoro, pupille” tiene la sensualidad propia de un anuncio de perfumes en medio de las arenas tórridas, mientras que el tono kitsch (reforzado por el vestuario de Ingo Krügler) que caracteriza a ciertos oligarcas tiene su máxima expresión en un final que queda a caballo entre la cita y el autohomenaje. Quienes han seguido desde hace lustros la carrera del director artístico del Teatro Arriaga, y sobre todo los espectadores de su célebre Un ballo in maschera, celebrarán con una carcajada (atención, spoiler) la presencia de una colección de váteres dorados ante los cuales los protagonistas se alegran como niños. La vacuidad (por no utilizar una expresión más escatológica) de los potentados queda bien retratada.
La partitura de Händel estuvo en las manos expertas de Emmanuelle Haïm y su orquesta, Le Concert d’Astrée, una magnífica formación que desplegó un sonido cálido y suntuoso que llenó sin problemas el amplio teatro holandés. La directora francesa encontró siempre el tempo y el carácter apropiado de cada aria, en los recitativos impulsó sin precipitaciones el drama y dio espacio a sus cantantes para explotar sus habilidades en los da capo. Solo en un caso se le podría reprochar demasiada manga ancha, en la Cleopatra de Julie Fuchs, cuyas ornamentaciones en algún momento parecían más propias de una obra algunas décadas posteriores al drama de Händel. Un detalle que no desmerece la prestación radiante de la soprano francesa, cuya voz cristalina se mostró tan capaz de hacer justicia al carácter seductor de la reina de Egipto como a su cara más doliente (un precioso “Piangerò” amorosamente arropado por Haïm). Su entente con el Cesare de Christophe Dumaux fue completa; el contratenor francés dio muestras de un canto de agilidad sin mácula, un fiato generoso y un fraseo ejemplar, en una encarnación de gran fuerza teatral. Con una voz homogénea y oscura, Teresa Iervolino aportó a su canto la serenidad y nobleza que el montaje le negaba a Cornelia, a su vez también bien compenetrada con el Sesto impetuoso de Cecilia Molinari. Cameron Shahbazi fue un sinuoso Tolomeo, Jake Ingbar un Nireno ágil en lo vocal y lo escénico (a la vez que amante del claqué), Frederick Bergman un sonoro, aunque poco idiomático, Achilla y Georgy Derbas-Richter un eficaz Curio. * Xavier CESTER, crítico de ÓPERA ACTUAL
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