CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Bello cantar de sirenas en la nueva 'Rusalka'
Metz
Opéra-Théâtre Eurométropole de Metz
Dvorák: RUSALKA
Nueva producción
Yana Kleyn, Insung Sim, Milen Bozhkov, Emanuela Pascu, Irina Stopina, Marie-Camille Vaquié-Depraz, Rose Naggar-Tremblay, Lidija Jovanović, Lamia Beuque, Matthieu Lécroart. Dirección musical: Kaspar Zehnder. Dirección de escena: Paul-Émile Fourny. 2 de junio 2023.
El tesón y la ciencia de Paul-Émile Fourny, director de la Ópera de Metz, cimentaron los elementos para conseguir un resultado admirable ante la obra de Dvorák. La apuesta era osada dado que los medios materiales no abundaban; será imposible aquí hacer el recuento exhaustivo y justo de los aciertos de la velada, aunque hay que poner en relieve las voces. Sin menoscabo de los papeles de menor cuantía —Lamia Beuque (Pinche) y Matthieu Lécroart (Forestal y Cazador)— que asumieron sus roles con fe y con arte, y al gran trabajo de Yana Kleyn en su primera interpretación de Rusalka: la soprano ruso-danesa cantó la esperada canción a la luna sin afectación, dando a cada nota su valor sentada al borde del escenario, con los pies colgando por encima del foso, cara al público y no a la luna. El efecto fue sobrecogedor. Durante el resto de la noche Kleyn, impetuosa y lírica, fue capaz de mantener una justeza de canto académica, de adecuar el color de la voz a las circunstancias dramáticas (y no a las exigencias físicas), regular la potencia y emitir con un timbre particular que si bien hubiese sorprendido por su acidez en otros papeles, le fue aquí como anillo al dedo para destacar el carácter sobrenatural de su personaje.
No le fue a la zaga Irina Stopina —Princesa extranjera—, a pesar de la brevedad de sus intervenciones, en este papel que conoce muy bien; mandona y antipática como convenía, hizo gala de un gran dominio vocal —justeza, potencia, volumen bien ajustado— en todas sus intervenciones. Emanuela Pascu —Jezizbaba—, algo desigual durante el primer acto, alcanzó el nivel de sus comprimarias en el final.
Se aplaudió con justicia el trabajo de las náyades —Marie-Camille Vaquié-Depraz, Rose Naggar-Tremblay, Lidija Jovanović— lo mismo en el acto inicial que en el final. Insung Sim —Vodnik—, majestuoso a cada intervención, no escatimó decibelios reprimiendo a Rusalka con una emisión amplia de timbre aterciopelado y un hieratismo dramático que heló la sangre. El tenor Milen Bozhkov —el Príncipe— cumplió ampliamente con su canto potente y perfilado, perfecto en el registro medio, pero el exceso de metal en sus (frecuentes) agudos algo afeó su trabajo. Por otra parte, su rigidez dramática recordó a los tenores de otros tiempos.
El ballet de la casa –Laurence Bolsigner y Maud Wachter— así como el coro —Nathalie Marmeuse y Michel Capperon— fueron calurosamente aplaudidos. Excelente la interpretación de la orquesta; Kaspar Zehnder, su director, realizó un inmenso y brillante trabajo incluyendo su indiscutible determinación para respetar el canto de cada cantante y en todo momento.
Apláudase también la puesta en escena de Paul-Émile Fourny que sorprendió —una vez más— por su capacidad de síntesis y por su inteligencia teatral, lo mismo en proyectar la escenografía (la maqueta del Casino rumano de Constanţa realzó la trama) que desarrolló Emmanuelle Favre, o de los efectos luminosos bajo el agua de Patrick Méeüs, como por el trabajo dramático impuesto a los actores. Con esta nueva Rusalka, Metz vivió una gran noche de ópera. * Jaume ESTAPÀ, corresponsal en Francia de ÓPERA ACTUAL
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