CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Banalidad musical para las intrigas y pasiones de Gioconda
Orange
Chorégies d'Orange
Ponchielli: LA GIOCONDA
Nueva producción
Csilla Boross, Clémentine Margaine, Marianne Cornetti, Stefano La Colla, Claudio Sgura, Alexander Vinogradov, Jean-Marie Delpas, Przemyslaw Baranek, Jean Miannay, Walter Barbaria, Serban Vasile, Vincenzo Di Nocera, Pasquale Ferraro. Dirección musical: Daniele Callegari. Dirección de escena: Jean-Louis Grinda. 8 de agosto de 2022.
La Gioconda subió al magno escenario del Théâtre Antique de Orange de la mano de su director general, Jean Louis Grinda, que recreó a modo de vídeo mapping la Venecia del Seicento, opulenta a la vez que oscura: hermosas vistas a la laguna, los palacios, pero también a los callejones llenos de conspiraciones –con la Bocca di Leone como su representación– e intrigas, el Paraíso de Tintoretto o la proyección en el suelo de un gran tablero de ajedrez. Con a penas algunos elementos escénicos, Grinda se valió de una dirección que llenase el espacio, a modo de movimientos acentuados, casi exagerados, siguiendo los cánones del cine mudo.
Por su parte, el maestro italiano Daniele Callegari puso la atención en el fraseo y el juego de los instrumentos solistas a expensas de una lectura carente de intensidad con tempi demasiado generosos. A su Gioconda le faltó garra y pasión, en búsqueda del esteticismo sonoro, muy alejada de la referencial dirección de Gavazzeni o de Serafin. A la grand’opéra de Ponchielli le sobró intimismo y le faltó grandeur, aunque el sonido extraído de la Philamornique de Nice rozara la excelencia. Muy bien también los coros de las óperas de Aviñón, Montecarlo y de Tolosa.
La cancelación a unos días del estreno “por motivos personales” de la soprano madrileña Saioa Hernández pudo suplirse con garantías por la soprano húngara Csilla Boross, quien aportó un instrumento sólido, de extensa tesitura –con algún escollo en los extremos–, y de gran intencionalidad. Aunque a su Gioconda le faltara el rompe y rasga y la expresividad de la madrileña, y su dicción fuera mejorable, Boross puso todo su empeño para ofrecer una versión muy disfrutable. Ello se hizo patente en “E’ un anatema” –junto a la magnífica Laura de Clémentine Margaine– en “O madre mia, nell’isola fatale”, o en el dueto y trio del cuarto acto, a pesar de un “Suicidio” algo descafeinado. Margaine ofreció una Laura de voz muy homogénea y de gran expresividad e intencionalidad.
Por su parte, Marianne Cornetti imprimió sapiencia a su Cieca y estuvo maravillosa en su “Voce di donna o d’angelo”. El apartado masculino fue encabezado por el Enzo Grimaldi del tenor italiano Stefano La Colla, quien a pesar de alguna proyección irregular en “Cielo e mar”, imprimió la gallardía necesaria, culminando su prestación con gran solvencia. El barítono pullés Claudio Sgura, quien se está labrando cierta reputación como intérprete verdiano, hizo gala de un canto natural, generoso y bien proyectado como Barnaba, a pesar de algún engolamiento en el registro agudo. El bajo ruso Alexander Vinogradov fue un Alvise de gran elegancia, a pesar de faltarle rotundidad en un instrumento de preciosa línea. Finalmente, uno de los puntos fuertes de La Gioconda suele ser el célebre ballet de Las Horas, aquí con una coreografía algo anodina y un irregular cuerpo de baile. * Albert GARRIGA, crítico internacional de ÓPERA ACTUAL