CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Baile de nombres en la doble ‘Gioconda’ milanesa
Milán
Teatro alla Scala
Ponchielli: LA GIOCONDA
Nueva producción
Irina Churilova, Stefano Lacolla, Daniela Barcellona, Anna Maria Chiuri, Erwin Schrott, Roberto Frontali, Fabrizio Beggi, Francesco Pittari, Alessandro Senes, Ernesto José Morillo. Dirección musical: Frédérich Chaslin. Dirección de escena: Davide Livermore. 18 de junio de 2022.
La obra maestra de Ponchielli llevaba 25 años sin volver al Teatro alla Scala: demasiado tiempo. Pero, aun así, La Gioconda ha resultado más afortunada que la Norma de Bellini, que no se ve en Milán desde que la cantó Montserrat Caballé hace ya más de 40 años… Para el rol protagonista de esta nueva producción inicialmente se había apostado por Sonia Yoncheva, que finalmente canceló (la hubiese debutado en La Scala). La dirección del teatro se acordó de cierta Saioa Hernández, quien antes de triunfar en La Scala con Attila había obtenido un sonado éxito en Piacenza y en Módena precisamente en el rol de la Cantatrice errante. Se le ofrecieron tres funciones en Milán, la primera –coronada con una acogida apoteósica– retrasmitida por radio, de las seis programadas. Bravo por ella.
A quien firma le tocó la otra, es decir, la soprano rusa Irina Churilova, antes escuchada como Lisa de La dama de Picas en el Liceu. Pues bien, chapeau como dicen los franceses: óptima emisión, voz completa y potente, fraseo y temperamento notables: puede mejorar la pronunciación, que Saioa Hernández la domina a la perfección, pero su línea de canto y la entrega le proporcionaron el más largo aplauso de la velada tras su desgarrador «Suicidio!».
Otra sustitución de última hora fue la del tenor; Enzo Grimaldo debía ser interpretado por Fabio Sartori, llegando a salvar la situación el sólido y valeroso tenor Stefano Lacolla, de condiciones ideales para esta parte que requiere entrega, squillo y una línea de canto entre romántica y verista, resultando solvente en todos los aspectos, desde su célebre romanza «Cielo e mar» hasta el tremendo final: fue muy festejado. Dos mezzos de gran temperamento requiere esta partitura: la Cieca, que canta una de las paginas más bellas de la ópera, «Voce di donna o d’angelo», aquí defendida por Anna Maria Chiuri, y Laura, encarnada por Daniela Barcellona, quien ya domina un repertorio impensable para su vocalidad tan solo hace pocos años; ambas gustaron mucho al público. El Alvise Badoer del bajo uruguayo Erwin Schrott tiene una arrogancia vocal admirable, destacando en su aria «Ombre di mia prosapia» también muy aplaudida, y en cuanto al Barnaba de Roberto Frontali, y pese al paso de los años, sigue siendo ejemplo de maestría vocal e interpretativa.
Muy bien los roles de fianco en sus breves aportes: el Zuane del bajo Fabrizio Beggi y el Isepo del tenor Francesco Pittari pueden considerarse un auténtico lujo; no desmerecieron el Barnabotto de Alessandro Senes y el Cantore, luego Pilota, de Ernesto José Morillo Hoyt.
Muy aplaudido el ballet, formado por los bailarines de la Accademia de La Scala dirigida por Frédéric Olivieri, que tuvo su agosto en la célebre Danza de las Horas.
Siempre de máximo nivel el coro bajo las órdenes de Alberto Malazzi, mientras que del infantil se hace cargo el veterano maestro Bruno Casoni. Decepcionante, en cambio, la prestación de la orquesta de La Scala, no tanto por su calidad, que sigue siendo ejemplo de excelencia en el repertorio italiano, pero sí en la muy cuestionable dirección de Frédéric Chaslin, sin ningún refinamiento, estruendosa en los pieni y con falta de expansión lirica en los muchos momentos en los que la partitura debería emprender el vuelo.
La monumental puesta en escena firmada por Davide Livermore y su equipo (Gio Forma, escenografía; Marianna Fracasso, vestuario; iluminación de Arturo Castro y proyecciones de D-Work) fue decepcionante. Este feuilleton de Tobia Gorrio, alias de Arrigo Boito, no admite experimentos intelectuales o sociopolíticos y en esta propuesta hay soluciones que parecen pretextos, por ejemplo, Alvise reducido a un vulgar capo de la mafia con vaso de wiski en la mano y camisa desabrochada o un Barnaba que se enciende un (falso) pitillo para calmar su turbulenta pasión por Gioconda, sin una colocación temporal precisa en el francamente feo vestuario, sobre todo el de las mujeres. Muy mal gusto. El continuo movimiento de la escena rotatoria, con la parte corpórea que se divide y se mueve en todas direcciones, al final cansaba, así como las luces fluorescentes que resultaron igualmente cansinas. Otra ocasión perdida. * Andrea MERLI, corresponsal en Milán de ÓPERA ACTUAL
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