CRÍTICAS
INTERNACIONAL
'Arabella' de saludo nazi
Zúrich
Opernhaus Zürich
Strauss: ARABELLA
Nueva producción
Michael Hauenstein, Judith Schmid, Astrid Kessler, Valentina Farcas, Josef Wagner, Daniel Behle, Dean Power, Yuriy Hadzetskyy, Daniel Miroslaw, Aleksandra Kubas-Kruk, Irène Friedli, Luca Bernard, Boguslaw Bidzinski, Andy Haueter, Nick Lulgjuraj. Dirección: Fabio Luisi. Dirección de escena: Robert Carsen. 1 de marzo de 2020.
La última colaboración de Strauss con Hofmannsthal, bajo el epígrafe de comedia lírica, pretendía ser –si se permite– una secuela de su célebre Rosenkavalier en un periodo, el de entreguerras, nada calmados ante los cambios políticos y la efervescencia del fascismo en Italia y Europa.
Robert Carsen propuso situar la acción en un hotel vienés en plena Anschluss (anexión) austríaca del Tercer Reich alemán, donde los pretendientes de Arabella son soldados del régimen nazi, con Matteo vestido de Jägeroffizier (oficial de campo). Escenográficamente la producción es de un fuerte impacto visual, pero genera dudas que el cambio temporal aporte valor dramático a los amoríos de esa Salomé burguesa que es Arabella. Carsen decidió que Fiakermilli y sus allegados aparecieran vestidos de cantantes de yodel –incluso la soprano se vio obligada a atacar algunas notas al estilo del canto alpino–, para después convertirles en miembros de las juventudes hitlerianas que, junto a los soldados nazis, se deleitaron en un sonoro ballet durante el precioso preludio del tercer acto, saludos fascistas incluidos.
Lo bueno de todo ello fue que, como sucedió en Ginebra, la Opernhaus decidió mantener su programación, salvo por el Opernball, y, siguiendo la directriz federal contra la epidemia del coronavirus, redujo el aforo del teatro a 900 localidades, incluyendo a orquesta y coro.
Musicalmente fue una delicia ver dirigir a Fabio Luisi la delicada partitura straussiana. Si ya la temporada anterior gustó con su Der Rosenkavalier, en Arabella desplegó cada detalle, cada frase con sensibilidad, pulcritud y sutileza. Maravilloso el preludio del tercer acto y el monólogo del primero, con una inspirada Astrid Kessler (Arabella) que sustituyó in extremis a la anunciada Julia Kleiter. La soprano alemana ofreció un sonido redondo, con un fraseo aristocrático y una proyección sobrada que se imponía a la casi siempre decibélica Philamornia Zürich. Kessler convenció por la exquisita musicalidad de “Mein Elemer” y su escena final junto al Mandrika de Josef Wagner. El barítono austriaco convenció por su adecuación escénica, pero no contó con la misma proyección que su compañera y la emisión tendió a engolarse en el registro agudo.
Por su parte, Aleksandra Kubas-Kruk (Fiakermilli), más allá del caricaturesco canto yodel, no ofreció una prestación de interés, ya fuera por el descontrol en la coloratura o por unos agudos llevados casi al grito. En cambio, el Matteo de Daniel Behle gustó mucho gracias a un aterciopelado instrumento, dulcemente proyectado y con las dosis pasionales requeridas. Valentina Farcas (Zdenka) anduvo muy entregada en el papel de la hermana/o de la protagonista, pero presentó ciertos problemas para traspasar la orquesta straussiana y tendió a forzar la emisión. Sobrada de medios y de interesante color resultó la Adelaide de Judith Schmid, con un sonido cavernoso a la vez que carnoso. Correctos, sin más, Michael Hauenstein (Waldner) y Dean Power (Elmer) quien también sustituyó a último momento al anunciado Paul Curivieci.
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