Anna Netrebko debuta Turandot en la producción de La Fura sin final feliz

Múnich

02 / 02 / 2020 - Lluc SOLÉS - Tiempo de lectura: 3 min

Print Friendly, PDF & Email
Anna Netrebko debutó en el rol protagonista © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL
Una imagen de la futurista producción de Carlus Padrissa, de La Fura dels Baus © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL
Netrebko, al lado de Yusiv Eyvazov, que encarnó a Calaf © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL
La producción de La Fura cuenta con las proyecciones de Franc Aleu © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL

Bayerische Staatsoper

Puccini: TURANDOT

Anna Netrebko, Ulrich Reß, Alexander Tsymbalyuk, Yusif Eyvazov, Selene Zanetti, Boris Prygl, Manuel Günther, Andres Agudelo, Bálint Szabó. Dirección: Giacomo Sagripanti. Dirección de escena: Carlus Padrissa, de La Fura dels Baus. 31 de enero de 2020.

Puccini volvía, en Turandot, a un exotismo mucho más desacomplejado, desacomplejado por descontextualizado, que el conseguido en óperas como Madama Butterfly. En su ópera póstuma volvía al cuento, a la leyenda. Una de las virtudes de la producción de Carlus Padrissa (La Fura dels Baus) estrenada en 2011 que volvió a brillar el pasado viernes en la Bayerische Staatsoper, es que se enfrenta sin temor a la escenificación de este cuento oriental, anclándolo en la política, si se quiere, pero manejando en superficie un descaro escenográfico de lo más kitsch.

Fiel a la China imaginada por Puccini y compañía, Padrissa explota el tópico hasta la saciedad. Todo sobre el escenario, desde los extravagantes vestidos de neón hasta las coreografías de artes marciales, responde a una u otra idea occidental de la China de hoy. Y el público se siente cómodo ante la desfilada de colorido y materialismo, porque tanto la música como el libreto de esta ópera de óperas insisten en el tópico. Escalas pentatónicas, bambú, gongs, antepasados, todo en Turandot contribuye a consolidar una imagen de la China que La Fura se encarga de transformar, coherente con el imaginario contemporáneo, en una distopía emplazada en algún lugar entre 1984 y Blade Runner. La relectura radical pero funcional de Padrissa sitúa la historia de la princesa de hielo en un futuro no muy lejano, en el que China mantiene a Europa subyugada; Turandot ejerce así las veces de Gran Hermano, como recuerda la figura del ojo vigilante, omnipresente en escena.

"Netrebko exhibió una voz madura, consciente e increíblemente maleable, sobrepasando orquesta y coro cuando convenía, encontrando siempre el registro justo en el desarrollo argumental del drama"

La dirección escénica de Padrissa es, por lo demás, implacable: prescinde del añadido edulcorado de Franco Alfano situando la terrible muerte de Liù en el centro de la resolución del drama. Deja así a Turandot y Calaf en un amargo abrazo de reconocimiento de una falta. El telón cae oportunamente, enmarcando un extraño silencio de amor en el centro, haciendo justicia al maltratado personaje de la esclava enamorada. Pero no solo el final es digno de mención por lo que hace a la dirección escénica. Padrissa también maneja con destreza el tedioso inicio del segundo acto, monopolizado por las extravagancias de Ping, Pang y Pong; lo hace en buena parte gracias al atrevido videoarte de Franc Aleu, colaborador habitual de La Fura, a quien pudo verse el pasado octubre a cargo de la dirección escénica de la Turandot que inauguró la temporada del Gran Teatre del Liceu. Aleu satura las révéries semi-cómicas de Ping, Pang y Pong de cabezas cortadas, quizá el símbolo por excelencia de la maldad implacable de Turandot. El lago soñado por uno es un charco de cabezas, las flores soñadas por otro se componen de cabezas, sorprendentemente limpias, crudas, en consonancia con los tonos helados bajo cuyo filtro se nos aparece esta China de pesadilla mecanicista. Aunque el 3D ya no sorprende (sí que lo hizo en el estreno de la producción, en 2011), la propuesta de Aleu sigue siendo indispensable para comprender esta versión de la ópera a nivel visual.

El plato fuerte del pasado viernes fue, más allá de las ya clásicas coreografías aéreas de los personajes colgantes de La Fura, el retorno de Anna Netrebko en la producción que la ha visto nacer como Turandot. Colgando de un cable o haciendo pie, la soprano rusa llenó el teatro desde todas las perspectivas y estuvo hierática y reservada en el extraño papel protagonista. Netrebko exhibió una voz madura, consciente e increíblemente maleable, sobrepasando orquesta y coro cuando convenía, encontrando siempre el registro justo en el desarrollo argumental del drama. Un más distante Yusiv Eyvazov encarnó a Calaf, el príncipe ignoto, con algunos problemas para resaltar en el desarrollo de “Non piangere, Liù”. Con su timbre delicado y sereno estuvo, sin embargo, consistente en el “Nessun dorma”, especialmente en el maravilloso simulacro del aria —“All’alba… morirò”— que surge como de la nada al final del segundo acto. En el esperadísimo “All’alba… vincerò”, que, siempre precozmente aplaudido, tiende a perder su amplitud climática, Eyvazov exhibió una voz más redonda y llena, aunque fue un poco escaso en la nota final. Cabe destacar también el potente instrumento del bajo Alexander Tsymbalyuk, que interpretó un profundo y emocional Timur. Pero sobre todo, en el regreso de esta Turandot de factura catalana que explota sin reparos la centralidad dramática del personaje de Liù, hay que hacer mención especial a Selene Zanetti, quien en el “Tu, che di gel sei cinta” hizo brillar su grueso y convincente timbre junto al de Netrebko sin tener nada que envidiarle.