Albelo, un triunfo a flor de piel

Madrid

07 / 10 / 2020 - José María MARCO - Tiempo de lectura: 3 min

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Celso Albelo y el pianista Juan Francisco Parra protagonizaron una velada inolvidable en Madrid © Teatro de La Zarzuela / Javier DEL REAL
El tenor, ovacionado por el público en esta emocionante vuelta a los escenarios después de la pandemia © Teatro de La Zarzuela / Javier DEL REAL
Albelo combinó grandes romanzas de zarzuela con canciones populares de su tierra © Teatro de La Zarzuela / Javier DEL REAL

Teatro de La Zarzuela

Recital CELSO ALBELO

Obras de Antonio González Santamaría, Néstor Álamo, José María Gil, Teobaldo Power, N. Álamo, Braulio García Bautista, Pablo Sorozábal, Jesús Guridi, Francisco Asenjo Barbieri, Manuel Penella, Amadeo Vives y Jacinto Guerrero. Juan Francisco Parra, piano. 5 de septiembre de 2020.

Era esta la primera vez que Celso Albelo subía a un escenario después de estos siete nefastos meses de pandemia salvo por el concierto realizado en su natal La Laguna (Tenerife) en el que presentó el disco grabado en el confinamiento (APDP… en busca de la Paz). Era perceptible la emoción del gran tenor tinerfeño, enfrentado además al reto nada fácil de un recital con acompañamiento de piano. Más aún cuando buena parte del programa iba dedicado, bajo el título –un poco largo– de Estampas de Canarias a través de sus cantos isleños, a evocar su tierra.

Las cuatro primeras canciones, de hecho, rescatadas gracias a la labor del tenor Francisco Corujo, fueron de lo más impresionante de la velada: pequeñas joyas de una ilimitada capacidad de evocación, melancólicas y sutiles como un Lied, y cantadas con un extraordinario despliegue de medias voces, filados, pianísimos mantenidos y una sensibilidad a flor de piel que suscitó, como era lógico que ocurriera, el entusiasmo del público, distribuido según la lógica siniestra de la nueva normalidad. Además, Albelo tiene el don de elevar las canciones al grado estético más elevado sin traicionar su origen popular, ni forzar la naturalidad y, por así decirlo, su humildad y su humanidad.

Otro tanto ocurrió, en un registro más elocuente y patriótico, con las dos canciones de Álamo y de García Bautista que dejaron intuir lo que venía después. Se trataba de una muy escogida selección de romanzas de zarzuela que culminó, con efectismo buscado y de ley, con la «Fiel espada triunfadora» entonada a pleno pulmón, casi tirando abajo las paredes del teatro y cobrando así un significado inédito de optimismo y afirmación de la vida. Antes vinieron romanzas tan delicadas como “Detén tu paso alado” de Don Gil de Alcalá, y el hermoso lamento, más melodramático, de «No me quiere» de La isla de las perlas, de Sorozábal, cantadas las dos con un legado infalible y una elegancia insuperable.

El momento cumbre llegó con una interpretación fuera de serie de «¡Yo no sé qué veo en Ana Mari!». Albelo la convirtió, como debe ser, en una melodía francesa, con una línea de canto de una pureza extrema, una ductilidad infinita y unas variaciones de color como pocas veces se escuchan, logrando también lo más difícil en esta página, que es, más allá de la técnica, fundir la masculinidad ingenua y casi cazurra del personaje, asombrado y desconcertado ante el amor, con una sentimentalidad que tiene que enraizarse en aquella para conseguir su pleno y auténtico lirismo.

"Pocas veces, por no decir nunca, se ha asistido a un momento tan intenso de tristeza y de consuelo a un tiempo, y quienes tuvieron el privilegio de presenciar este recital lo guardarán en la memoria con devoción agradecida"

La ovación emocionó a Albelo, artista de sencillez y simpatía arrolladoras. Lo más extraordinario llegó luego, cuando en uno de los bises, el artista arrancó el Pueblito, mi pueblo, de Carlos Guastavino, una bella expresión de emoción que todo el teatro entendió como un apunte de nostalgia de épocas recién pasadas. Albelo empezó tan alto en la emoción que a media canción se vino abajo, no pudo contener las lágrimas y tuvo que retirarse del escenario. Pocas veces, por no decir nunca, se ha asistido a un momento tan intenso de tristeza y de consuelo a un tiempo, y quienes tuvieron el privilegio de presenciar este recital lo guardarán en la memoria con devoción agradecida.

Acompañó al piano, con todo el virtuosismo y el intimismo necesarios, Juan Francisco Parra, que entonó además un precioso Tanganillo de Power y una evocadora versión para piano (de las que tanto faltan en la zarzuela, en contrate con la ópera) del encantador Bolero de Los diamantes de la corona.