CRÍTICAS
INTERNACIONAL
'Aida', un pozo de maravillas
Roma
Teatro dell'Opera di Roma
Verdi: AIDA
Nueva producción
Krassimira Stoyanova, Gregory Kunde, Ekaterina Semenchuk, Vladimir Stoyanov, Riccardo Zanellato, Giorgi Manoshvili. Dirección musical: Michele Mariotti. Dirección de escena: Davide Livermore. 31 de enero de 2023.
En una entrevista, Michele Mariotti definía a Aida como “un pozo de maravillas” y, efectivamente, su dirección permitía descubrir nuevas aristas luminosas de esta ópera tan popular. Especialmente salía a la luz el refinamiento de la orquestación y la modernidad de las armonías en los momentos intimistas, aunque no dejaron de ser dirigidas espléndidamente también las páginas más grandiosas, demostrando que no se trata de vulgares o efectistas, sino que poseen una potente función dramática. Quedaban así de relieve todas las facetas de una obra maestra que combina en una compleja estructura tanto los momentos íntimos con los más grandiosos, y los delicados con los potentes.
Como Aida Krassimira Stoyanova no demostró encontrarse en su mejor forma vocal, con unos filati menos puros que en otras ocasiones y cierta debilidad en los agudos; pudo admirársela, en cambio, en las páginas más líricas y sobre todo en el extático final, más que en los momentos dramáticos. Gregroy Kunde, llegado a última hora a Roma para una sustitución de emergencia, fue un Radames un tanto demasiado genérico, posiblemente por falta de tiempo para coordinarse con el director y el resto de los intérpretes. La voz, maravillosamente sólida y segura para un tenor de 69 años, mostró cierto desgaste, pero solo en el piano, y ello puede explicar que el cantante estadounidense prefiera el forte y el mezzoforte, siempre rotundos y bien colocados y nunca rígidos o estentóreos. Ekaterina Semenchuk diseñó con una gran variedad de colores y matices un bellísimo retrato de Amneris como mujer poderosa y débil a la vez, colérica y enamorada, doliente y amenazadora.
Vladimir Stoyanov confirmó su condición de óptimo Amonasro y Riccardo Zanellato fue un muy válido Ramfis. Giorgi Manoshvili, que interpretaba el papel del Faraón, permitió adivinar que está ya preparado para papeles de mayor empeño.
El montaje escénico que firma Davide Livermore era nuevo: un espectáculo sobrio que eliminaba los grandiosos efectismos impuestos a una obra predominantemente intimista como Aida. Dejando de lado por una vez las ocurrencias por las que se le conoce, el regista respetó esta vez las acotaciones del libreto subrayando su fuerza dramática, en particular a lo largo de todo el cuarto acto. Se ocupó también de los ballets, que al no ser un auténtico coreógrafo, resolvió de manera sencilla (para decepción de algunos espectadores), ya que Livermore prefiere esta solución a los grandes divertissments del tipo grand opéra.
Muy sencilla la escenografía de Giò Forma, con solo unas dunas desérticas y unos pocos fragmentos de ruinas egipcias. El elemento que dominaba el espectáculo, sin embargo, era un gran paralelepípedo situado en el centro de la escena sobre el que se proyectaban imágenes de templos y tumbas egipcias, jeroglíficos, serpientes y cielos nublados. Un gran éxito, sobre todo para el maestro Mariotti, con alguna que otra protesta para Livermore. * Mauro MARIANI, corresponsal en Roma de ÓPERA ACTUAL
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